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Resulta difícil no emocionarse varias veces al sumergirse en esta narración -a medio camino entre la novela de aventuras y el relato autobiográfico-, atribuida en un principio a Jean Chaurrau, el jesuita que la llevó a la imprenta. Sin embargo, en las últimas ediciones francesas es más común, y más justo, encontrar el nombre de María de Sainte-Hèrmine como autora. Ella misma explica en las primeras páginas el objetivo que le movió a escribirla: dar a conocer a sus descendientes los beneficios con los que Dios ha colmado a su familia “beneficios amargos, sin duda, pero preciosos a la vez”. Es uno de sus nietos quien entrega el manuscrito a Chaurrau con la autorización para publicarlo.
El conmovedor testimonio de Sainte-Hèrmine nos muestra el Terror de la revolución más allá de la conocida barbarie parisina, porque los cantores de La Marsellesa también perpetraron el primer genocidio moderno, masacrando a toda una región que se resistía a convertirse en esclava de las nuevas ideas. El episodio se llama la Guerra de Vandea (la Vendée) tomando el nombre de la región insurrecta, y “bandidos” llamaron a aquellos nobles y campesinos que se bordaron en las camisas el Sagrado Corazón con una divisa antigua, Dios y el Rey, es decir, lo más proscrito de la Francia revolucionaria. Este libro es la terrible historia de una familia de aquellos memorables bandidos.
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