Los hombres comunes, tribu a la que me siento orgulloso de pertenecer, son perfectamente capaces de mantener dos ideas contradictorias en la cabeza y su contradicción con ellas. No hablo de disonancia cognitiva, del orwelliano doblepensar, de juzgar verdadera una cosa y su contraria, no: me refiero a pensar una cosa y SENTIR otra.
Me pasa con todo tipo de situaciones esto de tener el corazón partío. Por ejemplo, con la crítica situación de El Correo de Andalucía y el cierre anunciado de Canal 9.
Un reaccionario de corazón como yo no puede dejar de lamentar el cierre del decano de la prensa andaluza fundado por el arzobispo Spínola; si me entristece que cierre el colmado al que iba de pequeño, cómo no condolerme del fin de una cabecera de más de cien años; en mi estado ideal, todo y todos serían siempre lo que han sido.
Luego está el egoísmo corporativo: esto hacen del leño seco, que no se emocione el verde. Si siempre es triste ver cómo un grupo de profesionales va al paro, cuando son del gremio uno siente más cerca la cuchilla, para qué engañarnos.
La saga de El Correo es medianamente liosa, con un rosario de compraventas, algunas más dudosas que otras, pero, al final, todos sabemos que si se le pudiese sacar dinero alguien lo compraría.
Lo que viene a continuación es una ristra de gestos de solidaridad entre lo emocionante y lo patético, repetidos hasta la saciedad, que ya he vivido con otros, especialmente en el cierre del diario Público, de donde me salieron tantos amigos de Twitter. La hipérbole se perdona y uno finge no notar, entre tanta muestra de solidaridad, que bastaría que todos los que se solidarizan compraran diariamente el periódico para no estar como estamos.
Luego están las autopalmaditas en la espalda. Eso me da más alipori, que cuando los periodistas empezamos a hablar de lo altos, guapos y listos que somos no hay quien nos pare. Ya saben: rebeldía contra los poderosos, no nos vendemos, el sacerdocio de la prensa, sólo nos debemos a la verdad… Ya conocen la letanía.
Lo de Canal 9 es otra cosa. El rojerío se mueve incómodo en esto, porque es una televisión pública, y eso es bien, pero está controlada por el PP, y eso es mal. (Sí, tan simplista es el panorama ideológico para juzgar lo que pasa). Pepiño Blanco ya exigió en su día el cierre del canal autonómico, pongo por caso. La solución la dan los propios trabajadores de la cadena valenciana, que ahora dicen que se vieron obligados a manipular nonstop. Es decir, que el medio en sí merece vivir –¡sí!–, pero manejado por sus purísimos e imparciales profesionales para no dejarse manipular –¡no!–, y todos felices.
Para serles sincero, encuentro un poco problemática esta actitud. Entiendo que la vida está difícil y que hay que tragar a veces para mantener un puesto de trabajo que, después de todo, no es de nuestra propiedad. También entiendo al periodista incapaz de dejarse comprar que prefiere perder el empleo antes que colaborar en lo que considera una manipulación de la opinión pública. Me cuesta algo más, en cambio, admitir como héroes a quienes cobraron buenos sueldos por lo que ahora denuncian como manipulación. No es, precisamente, que les fueran a llevar a las mazmorras de la Gestapo si se negaban.
Los periodistas haríamos bien en recordar que la prensa, si privada, es un negocio y, si pública, un instrumento de poder.
Carlos Esteban