«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Estepario y lacustre. De «Tuto» a «Juan María Alponte»

/span>

Cual castizo y montaraz –había nacido en Santander- Augusto, trató hasta última hora de dejar un cadáver convenientemente maqueado, incluso exquisito si se tiene en cuenta que Enrique Ruiz García también respondió a pseudónimos como Tuto, Hernando Pacheco o ese Juan María Alponte por el que fue conocido en la segunda mitad de su larga vida. Su rostro había adquirido las formas de una máscara con la que fue capaz de adaptarse a las cambiantes situaciones del problemático y febril siglo XX que sirvió de escenario para interpretar un papel compatible con la envolvente a atmósfera memoriohistoricista tan rentable como habitualmente poco escrupulosa con el rigor. Un biotopo ideológico propicio para alguien tan camaleónico como ese español luego mexicano convertido en cenizas el pasado 5 de diciembre.

Enrique Restituto Ruiz García, a cuyo segundo nombre debió ese Tuto con el que era conocido el hijo de un obrero sindicalista falangista revolucionariamente asesinado ante sus ojos, del que heredaría su credo católico y falangista, no había nacido, tal y como mantuvo durante años, en 1934, sino una década antes. Tal circunstancia, aunque desmiente parte de su biografía oportunamente ajustada, es la que permite encajar a don Enrique en los ambientes falangistas de los que formó parte, tal y como constató un Rafael García Serrano que nunca vio con buenos ojos el histrionismo del santanderino. Los mismos a los que estuvo vinculado en ese bienio, de 1941 a 1943, en el que formó parte de la División Española de Voluntarios, la División Azul que luchó contra la Unión Soviética, bajo idea de la «Cruzada contra el Comunismo».

En las estepas rusas compartiría Enrique Ruiz miedos, ideales y esa afición por la pluma tan acusada en un sector fundamental del primer franquismo, el mismo que se acabaría distanciando gracias a personalidades como la de un Dionisio Ridruejo que acabaría abandonando sus ardorosas querencias juveniles para sustituirlas por un democratismo socialdemócrata de aires washingtonianos. Será en una trayectoria paralela a la de Ridruejo donde podremos perfilar la figura de ese postrer Juan María Alponte. Junto al lírico contestatario soriano participó Ruiz en el Contubernio de Múnich, el IV Congreso del Movimiento Europeo desarrollado entre el 5 y el 8 de junio de 1962, tan celebrado en su cincuentenario que no ha faltado quien lo ha interpretado como un primaveral soplo democrático corrompido por el tiempo. Una oportunidad perdida, en suma, para resolver los problemas de la consabida España plural, pluricultural y plurilingüe. Ocurre, sin embargo, que lo que latía tras la celebrada reunión, era un anticomunismo compartido por los comparecientes y hábilmente instrumentalizado por el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), que embridó a gran parte de los participantes, entre ellos al propio Enrique Ruiz, quien tras el Contubernio eligió París en lugar del confinamiento en provincias.

En efecto, el lugar elegido sería el París en el que permaneció también el hombre liberado por la CIA para las cosas de esa España franquista no democrática pero hostil a todo lo que tuviera que ver con la U.R.S.S.: Pablo Martí Zaro, con el que Ruiz compartía algunos aspectos biográficos e ideológicos que algún día habrá que desvelar. Tal sintonía propició que Ruiz pudiera insertar su nombre, ya desprovisto del comprometedor Restituto, en el Boletín Informativo del Centro de Documentación y Estudios Españoles auspiciado por el susodicho Congreso. Tan sólo habían pasado tres años desde que había denunciado la existencia de «intelectuales arrendados» en Imperio. Diario de F.E.T. y de las J.O.N.S

Su salida hacia Francia no le imposibilitaría regresar a España, participando en dolarizados proyectos editoriales, antes de marchar a México al final de la década. Sobre el papel impreso de uno de los proyectos de la  Comisión española del CLC, el libro Protagonistas de la España democrática, que vio la luz en 1968, quedó la imagen vidriosa de nuestro personaje, por aquel entonces cercano al no menos escurridizo Tierno Galván, con el que compartía afinidad por un Don Juan que trataba de acceder a un trono que desde el otro lado del Océano se estaba preparando para su hijo.

La década se cerraría con la publicación, en Seminarios y Ediciones S. A., editorial auspiciada por el CLC, de El libro rojo del rearme, obra marcada por el tiempo de silencio impuesto por la amenaza nuclear. No obstante, en medio de ese silencio que tantos proyectos ingenuos trataron de romper, se recortaría su nuevo personaje, Juan María Alponte, protagonista de una trayectoria académica y mediática que exigió pulir algunas aristas pretéritas. Después de una transfiguración que incluyó el cambio de nacionalidad, Enrique Ruiz, el otrora donjuanista, pudo visitar España como asesor del presidente mexicano Luis Echeverría en 1975. Una España en la que ya estaba a punto de cristalizar la armonía socialdemócrata preestablecida que llevaría al joven turco, Felipe  González al poder y a Juan Carlos de Borbón al trono que tanto se pretendió desde Estoril. Don Juan y Llopis eran ya pasado.

 

Tras su paso por la universidad mexicana, apenas unas semanas antes de su muerte, la máscara de Enrique Ruiz mostraba destensadas sus costuras. Por ellas podía verse el semblante del falangista Tuto, también el de Alponte superpuestos al de quien conoció la estepa rusa y la laguna mexicana. La función estaba a punto de terminar, y era inevitable que el coqueto hombre que presumía de ser libre, en abusivo uso del término griego, mezclara liberal y erráticamente datos que al tiempo que permiten reconstruir una de tantas biografías aggiornadas, silencian el Acta est fabula, plaudite… tan ansiado por los hombres de su condición. 

TEMAS |
.
Fondo newsletter