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LA GACETA DE LA SEMANA

Del fiscal a la medida de Sánchez a la negativa de la izquierda a debatir sobre la inmigración

El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz.
El fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Europa Press

Está todo el pescado vendido. Desde hace años he mantenido que todo lo malo viene de Cataluña. O de Barcelona, para ser más exactos. Antes de que algún comentarista se hiciera con la hipótesis de que Podemos —en longitudinal francachela con Roures— y el socialismo se disponían a trasladar el procés al conjunto de la nación, escribía yo en 2019: «Si el proceso catalán posee unas características estéticas, unas modulaciones propias, también ofrece oportunidades más allá del Ebro. En la tesitura actual, se está produciendo su traslación al conjunto del país, vía Podemos y los socialistas».

Proceso español. En la República Catalana con que engatusaron a unos cuantos millones de catalanes iban a haber helados gratis para todos, sueldos suecos y una esperanza de vida de ciento cincuenta años. También un Estado presidencialista, elecciones a la búlgara y jueces con la estelada bordada sobre la toga. No digamos de la prensa: como adelanto nos ofreció en 2009 un editorial al unísono en defensa de los derechos abstractos de Cataluña, la «dignidad» oprimida desde tiempo inmemorial. El sanchismo y sus necesidades operan hoy como una sucursal de vanguardia de esa primera piedra sistémica que fue el procés. Un botón de muestra: el Presidente contempla ya castigar a los anunciantes de los «pseudomedios», determinando además cuáles no deberían recibir más fondos públicos.

De arriba a abajo. De vez en cuando es oportuno bajar de los ministerios y echar un ojo a la tropa, medir su moral combativa. Aunque ese bajar se haya convertido en tarea difícil y relativa, dado el nivel de la pompa gubernamental. Amparo Rubiales, señora que fue presidenta del PSOE en Sevilla y dimitió, como lo oyen, tras llamar «judío nazi» a un señor del PP, recibió esta semana el homenaje de los camaradas. Prietas las filas, declaró que «si yo soy patriota de algo, soy patriota de partido. Mi patria es el PSOE». Algún rango más abajo, paseé por las redes hasta encontrar a un soldado raso. Y créanme que lo hallé, portentoso denuedo. El militante disparaba contra la pobre Curri Valenzuela, que había criticado por ahí a Sánchez: “vamos a competir en decir absolutas barbaridades. Curri, hija de la grandísima puta”.

Un fiscal a la medida de Sánchez. Dos asuntos envuelven estos días a la figura pública de Álvaro García Ortiz. Ambos evidencian su ejemplar dedicación al bienestar del Presidente. Sobre la amnistía, quiere que Puigdemont, cuando vuelva a Cataluña (ese no vuelve a España, según su psicología romántica), lo haga sin que le moleste la Guardia Civil franquista obediente a unos fiscales y jueces franquistas. O sea, que lo haga cual Tarradellas, héroe de la patria catalana en olor de multitud. En cuanto al segundo tema, un oscuro togado ha pedido los whatsapp y correos que se intercambiaron Alvarito y la fiscal superior de Madrid, Almudena Lastra. Según ha trascendido en los tabloides fascistas, esas comunicaciones no trataban temas susceptibles de ser diseccionados en un plató de telecinco. Hace gracia comprobar cómo la izquierda ha aparcado ya la matraca aquella de “no hay que judicializar la política”. Es natural, ya han conseguido politizar la justicia, verdadero objetivo deseado.

El energizante García-Page. Este señor merecerá un lugar de honor en el mausuleo del sanchismo. Sin él, la maquinaria no andaría. Es el contrapeso necesario, la ilusión demócrata de estilo setentayocho que requiere en ocasiones el socialismo pedrete. Funciona como un reloj suizo. Cuando el mecanismo parece algo fatigado, sea por superprodución de fango, imputaciones familiares o leyes inconstitucionales, sale el toledano con su dosis energizante. Esta semana, aprovechando una inauguración -otrora entrañable opio del pueblo-, declaró que “bastante duro es tener que pactar o tragar con la ultraderecha catalana”. Fíjense que ni media palabra sobre la investigación de la Presidenta.

Lío en Esquerra. Como en el famoso camarote de los hermanos Marx pero en versión a ver si cabe un tonto más, el viejo partido de Companys anda muy liado. Según ellos, están celebrando “un amplio debate”, nótese la pérdida de realidad. Cada vez me resulta más divertido, a la par que adictivo, el devenir esquerreta, sus atribulados movimientos tácticos dignos de un Lord Cardigan en Balaklava. Joan Tardà, mastodonte que, en sus largos quince años visitando el Congreso, gritó “¡muerte al Borbón!” en un mitin con la chavalada, llamó “fascista” a Albert Rivera y “antiguo y catalanofóbico” al PSOE (eran otros tiempos), deja a veces notas de la vida cotidiana. Género bucólico y preclaro, escribía esta semana: “Me tomo un café. ¿Qué haréis? 1: Puigdemont no tiene apoyos para ser investido. 2: nuevas elecciones, menos escaños para ERC. 3: el PSC necesita tanto a Esquerra como para aceptar la financiación singular. La militancia decidirá, convencido de que no nos suicidaremos”. Veremos quién sale vivo del camarote. Lo mismo nadie, como apunta Tardà. Sería una gran pérdida.

Ford. Salió rutilante en la tele la ministro Yolanda y dejó otra elocuente entrada para el diccionario del anafabetismo gubernamental: «Estamos viendo un ERE […] con una empresa que tiene beneficios elocuentes«. Ford ganó el pasado año unos 4.025 millones de euros, muy lejos de los casi 18.000 millones en 2021. Parece que la causa es la floja perspectiva de ventas de coches eléctricos. Su planta de producción en Valencia registra pérdidas y la compañía americana ha planteado el despido de más de 1500 trabajadores, a la espera de que, en un futuro cercano, pueda fabricarse allí un nuevo modelo híbrido. Estos son los grandes datos. Una empresa privada, si las cosas van mal o regular, puede tomar las decisiones que crea oportunas. ¿O es acaso una empresa colectivizada a las órdenes de un soviet? No es que yo desee que alguien quede sin empleo, más bien me admira toda la riqueza creada por un señor al que, hace más de cien años, se le ocurrió fabricar coches en cadena y pintarlos de colores diferentes al negro. Compárese este mérito con el de la señora Díaz, si lo hubiera. Nuestra ministro de desempleo que ostenta records europeos infla los beneficios de Ford en 800.000 millones (sin detallar que son cifras mundiales) y deja caer lo de las “grandes ayudas públicas” recibidas. Empresario malo, aprovechado y cruel, la legendaria caricatura de gusto comunista.

Inmigración. La izquierda no desea, bajo ningún concepto, que haya debate sobre inmigración. Sobre las consecuencias culturales y sociales del fenómeno. Y los españoles tampoco queremos deslomarnos recogiendo fruta o haciendo de camareros (los fines de semana libres son sagrados). Pero la conversación pública ya gira en torno a este problema, convertido en arma política. Es imparable, el escandaloso tratamiento de los grandes medios durante años, censurando nacionalidades y pixelando las caras de delincuentes porque eran extranjeros mientras se daba todo tipo de detalle si se trataba de españoles, ha tocado a su fin. Hasta algún comentarista zurdo comienza a flojear. Lo celebro.

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