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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La conmemoración de las víctimas del estalinismo y el nazismo

El siglo XX fue el tiempo de los totalitarismos. Su sombra sigue alzándose siniestra sobre el pasado reciente de Europa. Esto impone sobre nuestras sociedades el deber de recordar. Este imperativo de memoria hunde sus raíces más profundas en la tradición bíblica y, por tanto, pertenece al pasado más antiguo y auténtico de nuestra civilización. El verbo “zajor”, en sus distintas formas, está entre los más repetidos de la Escritura. Significa “recuerda” y tiene un sentido de amonestación y mandato. Sin embargo, en la Biblia, la memoria no es un regreso hacia el pasado sino, sobre todo, la búsqueda de una orientación para el futuro. Por eso, solo quien recuerda puede avanzar. Solo quien sabe de dónde viene puede llegar realmente a donde se dirige.

Cada 23 de agosto desde el año 2009 hay una celebración que quizás pasa algo desapercibida en España: el Día Europeo de Conmemoración de las Víctimas del Estalinismo y el Nazismo. Se escogió esa fecha porque ese mismo día del año 1939 los ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética firmaron el llamado Pacto Ribbentrop-Molotov, que permitió la invasión y partición de Polonia entre las dos potencias. Esta agresión fue el comienzo de la II Guerra Mundial. Para millones de europeos en el Báltico y en Europa Central y Oriental, el final de la contienda no significó la libertad. La ocupación nazi fue sustituida por la soviética. Esta conmemoración recuerda a sus víctimas.

Un texto fundamental para el reconocimiento de estas víctimas fue la llamada Declaración de Praga, que fue aprobada el 3 de junio de 2008 en Praga por los participantes en la conferencia “Conciencia europea y comunismo”. Entre los firmantes destacaban los disidentes y prisioneros políticos que se opusieron a los regímenes comunistas de los distintos países. Había profesores, políticos e historiadores. El primero de los signatarios era Václav Hável, último presidente de Yugoslavia y primero de la República Checa. Allí se recordaba la supresión de las libertades, las guerras de agresión, el exterminio y las deportaciones que eran parte inseparable tanto de la ideología nazi como de la comunista. Evocaban los crímenes cometidos en nombre del comunismo. Algunos de ellos eran calificados de crímenes contra la humanidad. La declaración hablaba con valentía y firmeza de la condena a los perpetradores y la compensación a las víctimas.

La declaración abrió un debate acerca del pasado de Europa y de la impunidad de los crímenes cometidos por los comunistas en aquellos lugares que estuvieron bajo su dominio. Es una parte de la Historia a menudo olvidada en España. En general, se habla poco de lo que para aquellos pueblos significaron las dos ocupaciones y de las relaciones que existieron entre la una y la otra. En el caso polaco, por poner el que se recuerda en la propia fecha, la doble agresión nazi y soviética destruyó las posibilidades de defensa de Polonia y sometió a los polacos a dos dictaduras terribles. Incluso antes de la Declaración de Praga, el Consejo de Europa había probado la Resolución 1481 del año 2006 sobre la necesidad de una condena internacional de los crímenes de los regímenes totalitarios comunistas. Por doquier encuentra uno la reivindicación de memoria y justicia para las víctimas.

Existen, sin duda, diferencias entre el nazismo y el comunismo, pero también hay elementos comunes que hoy parece de mal gusto recordar en España. En nuestro país, se enarbolan banderas y se siguen repitiendo consignas que significaron la tortura y la muerte para millones de europeos. Las atrocidades del nazismo se estudian en los colegios y en los institutos y, en general, forman parte del discurso público y la cultura. Todo esfuerzo que se haga para enseñar y recordar la abominación del nazismo estará bien empleado. También debe dedicarse tiempo y recursos a enseñar lo que fue el comunismo. Timothy D. Snyder, en el libro “Tierras de sangre” (Galaxia Gutenberg), ha contado lo que fue el sufrimiento de las regiones de Europa Oriental que padecieron a Hitler y Stalin: Polonia, Ucrania, Bielorrusia, los países bálticos. Los muertos ascienden, según los cálculos de Snyder, a 14 millones de personas sólo entre no combatientes. Anne Applebaum ha descrito en “El telón de acero. La destrucción de Europa del este 1944-1956” (Debate) la toma del poder y la imposición de los regímenes prosoviéticos en Polonia, Hungría y la parte de Alemania ocupada por la URSS. Elie Wiesel describió en “Los judíos del silencio”, cómo la vida judía se iba asfixiando en la Unión Soviética después de décadas de antisemitismo. La pretendida igualdad que se brindaba a los judíos era, en realidad, tan falsa como las demás mentiras de la ideología comunista.

Podría argumentarse que el comunismo -que duró más que el nazismo- no fue igual en todos los países ni durante todo el tiempo. Es cierto, pero los regímenes comunistas nunca prescindieron por completo de los mecanismos de control e ingeniería social y, en suma, de represión y falta de libertad que son inherentes a la ideología y a su práctica política. Hubo periodos de relajación, pero no de libertad, ni de democracia ni de nada equiparable a lo que consideraríamos una sociedad abierta ni un sistema de derechos y libertades.

 

 Este día europeo que se celebra cada 23 de agosto reviste en estos últimos años una importancia singular. El regreso de los populismos de extrema izquierda y extrema derecha solo puede disparar las alarmas sobre la deriva de nuestro continente. El proyecto europeo corre el riesgo de descarrilar precisamente por el olvido y la irresponsabilidad de sus líderes y por la tibieza a la hora de defender los valores de nuestra civilización, que las ideologías totalitarias trataron de destruir durante décadas en Europa. Occidente está fundado sobre la dignidad intrínseca del ser humano, sobre la libertad, la razón, la limitación del poder, el imperio de la ley, los derechos individuales que toda persona tiene por el solo hecho de serlo… Por la defensa de esos valores y principios lucharon millones de europeos. La memoria nos impone, también, el deber de reaccionar. De nosotros depende que el sacrificio de tantas personas no sea en vano.

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