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Ante la muerte de Fidel Castro

Bajo los retratos de los masónicos padres de la nación cubana, frente a las cámaras de la televisión pública, Raúl Castro dio a conocer la noticia del fallecimiento de su hermano Fidel. Se extinguía de este modo la vida de quien prestara el apellido a un movimiento revolucionario que alcanza seis décadas caracterizado por fuertes personalidades y abundancia de mitos.

El hombre que en la madrugada del viernes expiró en La Habana se constituiría como icónico personaje en un contexto muy concreto: el de la Guerra Fría que marcó la segunda mitad del siglo XX. Bajo el nuclear equilibrio marcado por los dos bloques separados por el Telón de Acero, la Cuba de la que los barbudos expulsaron a Fulgencio Batista, pronto se decantaría por el encabezado por la Unión Soviética. En efecto, tras un par de intentos, una docena de barbudos alcanzaría el poder de la isla. Junto a Fidel sobresalía la figura de Ernesto Ché Guevara, muerto posteriormente en Bolivia mientras trataba de mantener viva la llama de la revolución. En la órbita soviética, encontró Cuba la posibilidad de sacar adelante algunos de sus planes al contar con la asistencia técnica que desde Moscú se prestaba a cambio de tener una plataforma desde la cual mantener la tensión con Washington. La crisis de los misiles de 1962 supuso el momento de mayor tensión en la carrera armamentística posterior a la II Guerra Mundial.

La triunfante revolución todavía ilusionaba a un pueblo cubano que aún hoy disfruta de algunos incuestionables logros que distinguen a la isla de muchos de sus países vecinos. Cuba, hundida económicamente, todavía puede exhibir un alto nivel de alfabetización y unas exiguas cifras mortalidad infantil, rasgo este compartido con España, que debemos relacionar con la larga tradición médica que ha distinguido históricamente nuestra patria.

Sin embargo, la maniquea línea trazada por el Telón comenzaría a desdibujarse en la década de los 80, cuyo final se precipitó por el hundimiento de la Unión Soviética, golpe del que la Cuba castrista no pudo recuperarse. La caída del comunismo implantado allende los Urales dejaba a Cuba sin referencias geopolíticas casi al mismo tiempo que la España que en 1959 había aprobado el Plan de Estabilización, se integraba en la Unión Europea tras transformarse en una coronada democracia de mercado.

Con la muerte de Fidel desparece una figura esencial de aquel tiempo, el modelo de unos mandatarios hispanos que se aferran al llamado Socialismo del Siglo XXI alimentado de petróleo y coca. Mirándose en el espejo de Castro, los gobernantes que mantienen su fe en tan viscosa ideología contemplan el empobrecimiento de sus países entre lamentos negrolegendarios y victimismo antiyanqui. En el Malecón, pícaros y mecaniqueros, tan diferentes al hombre politécnico que nunca llegó, aguardan su momento.

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