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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los gauchos no usaban bombachas

Después de la Batalla de Caseros el comercio francés inundó la plaza con rezagos de la Guerra de Crimea (1853-1856) popularizando las bombachas turcas entre los hombres de campo argentino.

BUENOS AIRES.- En su origen el gaucho fue un simple arriero iberoamericano. Hombre rudo de ascendencia europea o mestizo adaptado naturalmente a nuestra geografía y dedicado a las tareas ganaderas. Su personalidad ha merecido variadas interpretaciones. Desde la etimología incierta del vocablo hasta su vestimenta original. En la indumentaria del gaucho destacamos los calzoncillos cribados y el chiripá (ver dibujo).

El cribo es un adorno criollo en telas que tiene su origen en las viejas artesanías textiles de la Península Ibérica. Consiste en un calado realizado con agujas formando dibujos en el extremo del calzoncillo de lino o algodón, al que se agregan vainillas, bordados y flecos. Gustaba el gaucho lucirlo aunque para algunas faenas en terrenos húmedos o barrosos debía dejarlo por dentro de la bota.

El chiripá era una prenda muy simple. Un rectángulo de tela de lana por encima del calzoncillo que se pasaba entre las piernas y se sostenía en la cintura con una faja y/o cinturón.

Las fajas y cinturones de cuero con rastras solían ser elementos de distinción en su vestimenta (ver foto). Los ornamentos de plata son característicos de la identidad argentina original.

De costumbres autóctonas heredadas de los viejos españoles y portugueses en contacto con los pueblos originarios de América. Aunque el gaucho era hombre de trabajo en sus horas de esparcimiento solía recitar versos o payadas acompañando con tonos de su guitarra. Un arte de improvisación poética que nos recuerda los cantos de los juglares de la Edad Media.

En la pintura de Carlos Morel (1813-1894) Payada en una pulpería vemos a un grupo de gauchos recitando payadas. Ahí apreciamos su forma tradicional de vestir.

La obra maestra del costumbrismo criollo es El gaucho Martín Fierro o libro nacional de los argentinos escrito por José Hernández y Pueyrredón (Chacra de Perdriel, Pcia. Bs. As., 1834 – Bs. Aires, 1886) en el año 1872. Un poema que narra la vida de un gaucho trabajador y sus desaveniencias en una época de grandes cambios.

Después de la Batalla de Caseros el comercio francés inundó la plaza con rezagos de la Guerra de Crimea (1853-1856) popularizando las bombachas turcas entre los hombres de campo argentino por muy bajo precio. Indumentaria fabricada en Francia para el ejército turco. La ropa asiática tuvo gran aceptación por su comodidad para las tareas rurales. Su introducción coincide con la desaparición gradual del viejo arriero de las pampas.

Desde el punto de vista político la mayoría de los gauchos argentinos fueron patriotas federales hasta la caída de Rosas en 1852. Es decir, enemigos de los vencedores de Caseros que posteriormente persiguieron al gaucho, lo discriminaron socialmente y utilizaron en la Guerra del Paraguay (1864-1870) o en la frontera con el indio.

El educador Sarmiento o el hidalgo Mitre, iconos de la masonería argentina, alguna vez pensaron en estos términos: «No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla, incivil, bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos». (Carta de Domingo. F. Sarmiento al General Bartolomé Mitre, 20/9/1861).

La escritora española Emilia Serrano (Granada, 1833/34 – Barcelona, 1923) más conocida como la Baronesa de Wilson visitó nuestro país en 1874 y en una de sus obras se refirió al gaucho argentino. Transcribimos algunas de sus apreciaciones de gran valor literario que nos introducen en la mística gauchesca. Es una de las primeras veces que detectamos la confusión extranjera de identificar a nuestro gaucho de las pampas con asiáticos o norafricanos, probablemente debido a la vestimenta de los más tardíos.

Dice la Baronesa: «Al mencionar uno de los libros de Eduarda Mansilla de García, hablé del ‘gaucho’, y ocúrreme dar una idea dé esa existencia pastora, que es un reflejo modificado de aquellos cuadros y de aquellas tribus que poblaban la Caldea y el Egipto, y que tenían por anchísimo escenario suelos abrasados por el sol y naturaleza muy semejante á la de las campañas argentinas, en donde el gaucho primitivo esparcía sus viviendas, aisladas y á veces á gran distancia unas de otras, porque en eso no tiene punto de contacto con los pueblos nómadas de la antigüedad, que fácilmente plegaban sus tiendas y movíanse para emigrar á remotas tierras, caminando por espacio de meses y hasta de años. El gaucho ha vivido y vive en lugar fijo, es propietario, es señor absoluto, sin más ley que su voluntad, sin otra instrucción que la de domar caballos y enlazar toros. La fuerza y la astucia son cualidades que poseen todos, y también, no tienen rival en su habilidad para la caza del potro, apareciendo entonces en toda su imponente selvática energía, que corre parejas con la del fogoso bruto.
Este resiste al hombre con estéril vigor, y sólo se entrega después de larga y porfiada lucha, cuando, abrumado por el cansancio y agotadas sus fuerzas, revela con sus relinchos su derrota y el triunfo del domador.
El gaucho es astuto y observador: tiene, como el perro de caza, gran olfato y excelente oído; jamás pierde la pista; infeliz de aquel que piense burlar su instinto ó escapar á su sagacidad; es condición de raza, y entre los indios del Perú y del Ecuador lo he visto demostrado. El extraño habitante de los campos argentinos no tendría precio para agente de policía secreta.
Conocí en Buenos Aires á un gaucho que hubiese podido pasar en Europa por un árabe; el tipo y su aspecto serio y meditabundo evocó en mi memoria otro muy semejante que había visto en Madrid en el personal de la Embajada marroquí que visitó la corte de España á raíz, de la memorable guerra de África.
En sus cantos y en su música especialísima tiene también el gaucho semejanza con los moriscos.
En la melancolía y en la cadencia de sus ‘tristes’, hay algo de la ‘caña’ y de otros aires populares andaluces, legados por los fundadores de la Alhambra. En cuanto á mi, las notas de un triste lograban siempre conmoverme, así como la antigua ‘vidadita’, que dos años más tarde recordé al oír en Chile los cantos de los ‘guasos’ (campesinos).
Cuenta Sarmiento en su libro ‘Facundo Quiroga’ que el gaucho, para reconocer en medio de la oscuridad de la noche si está en buen camino, arranca pastos de diferentes sitios, huele la raíz y la tierra, mascándolos, operación que repetida varias veces le asegura en el rumbo, y añade que el tirano Rosas conocía por el gusto el pasto de cada hacienda ó estancia próxima á la capital. El hijo de la pampa gradúa la fuerza de un ejército enemigo por el espesor del polvo, y rara vez se equivoca en el número.
No tiene compañero para medir las distancias, ni en el conocimiento de los atajos y de los senderos que cortan un camino, ni tampoco por lo atrevido á caballo, lo mismo que por el vigor y la destreza de que hace gala en las vastas comarcas argentinas.
Sarmiento describe con detalles lo que nosotros presentamos á grandes rasgos, y pinta gráficamente el carácter del gaucho independiente, altivo, viril, semi salvaje, á la vez que perezoso, indolente, fuera de todo gobierno y libre de todo dominio. El habitante de las llanuras es refractario al progreso, á la civilización, á la vida social; pero á la vez no existe tipo más pintoresco, más original, más valeroso ni más audaz.
Hace algunos años no era novedad encontrar por las inmensas llanuras solitarias, carabanas como las de Oriente, exceptuando el camello tradicional substituido por una interminada fila de carretas que merced á la locomotora van desapareciendo, así como desaparece el gaucho verdadero, que ha sido origen de tan distintas apreciaciones. El desierto se achica, se reduce por el crecimiento de las ciudades que hace imposible aquella existencia agreste y aislada del pintoresco y temido hijo de las pampas». (*.)

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Ilustración. 1. Soldado de la guardia de Rosas – 1842. Raymond Monvoisin (1794-1870). 2. La pisadora de maíz (1868). Jean Léon Palliere (1823-1887).

(*) América y sus mujeres. Por la Baronesa de Wilson. Pág. 89-90. Establecimiento Tipográfico de Fidel Giró, Cortes (Gran Vía), 212 Bis. Barcelona, 1890.

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