«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

N'Kono y las paradas imposibles

Tras brillar con su selección, Tommy consiguió ser el primer africano que defendía la meta de un equipo europeo. Querido y carismático, años después fue acusado de practicar magia negra.


Quizá los más jóvenes lo ignoren o pueda parecerles asunto del Pleistoceno, pero antes del Estadio Olímpico o de Cornellá hubo una cancha situada en Sarriá -barrio barcelonés casi tan elegante como el conjunto blanquiazul- donde el Real Club Deportivo Español tuvo su hogar, acometió grandes logros, forjó la historia que le ha convertido en el séptimo equipo de nuestra liga (según la clasificación histórica) y disputó terribles derbys contra el Barça. Los duelos entre pericos y culés siempre nos han regalado una metáfora perfecta del combate entre David y Goliat: el rodillo ultrapoderoso de la ciudad y de la región, frente a la disidencia minoritaria.

Allí, sobre tan legendario césped -que olía a fútbol sin aditivos ni edulcorantes-, galoparon y dieron lo mejor de sí grandes jugadores como Lauridsen, Valverde, Miquel Soler, Solsona o Marañón. O como este portero megacarismático e inolvidable para cualquier buen aficionado al fútbol. Era tan raro ver al camerunés defendiendo el marco de un equipo europeo -algo más, de un clásico de nuestro balompié- que aquello significaba una muestra extrema de exotismo. Todos se fijaban en Thomas N´Kono.
Recordémoslo: la diversidad racial no había llegado a España. Un futbolista de raza negra entre los tres palos provocaba la misma inquietud científica que surgió treinta años antes en cierto pueblo extremeño, cuando los lugareños hacían cola para desfilar ante el chófer subsahariano recién contratado por un empresario vinícola y mirarlo como si fuera hombre de otros mundos. Y luego estaba el asunto de que el arquero vistiera siempre pantalones largos y oscuros. Muchos sabrán en qué consistía la leyenda urbana y rural creada a partir de tal circunstancia, pero era sólo eso -leyenda- por más que tirios y troyanos defiendan hasta la muerte la veracidad de determinadas patrañas populares. Que si Ricky Martin, que si Miguel Bosé y su muerte del 91, que si un loco puede lamerte la mano mientras el cadáver de tu perro yace ahorcado encima de ti, que si Caminero y Simeone. Vaya usted al cuarto de baño a oscuras y con un candelabro, pronuncie no sé qué frase frente al espejo y allí aparecerá la esposa de Satanás. Como todos sabemos, estas cosas son verdad y existen pruebas concluyentes. Conduzca más despacio -dijo la chica de la curva-, que en aquel tramo me maté.

Pero no. La única explicación de aquellos oscuros y largos pantalones reside en que la mujer del excelente portero, harta de verlo regresar a casa con las piernas malheridas por el pésimo estado de los campos cameruneses, le obligó a protegerse hasta los tobillos. A partir de ahí, así se estuviera jugando a las seis de la tarde el tercer y cuarto puesto de un torneo veraniego y la temperatura pasara de cuarenta, la costumbre quedó para siempre.
Aunque guardaba parecido físico con Eddie Murphy -y es sorprendente, pero cada día se asemejan más-, Tommy era un tipo serio. Lo bordó en el Mundial de España 82, donde las gloriosas atajadas resultaron insuficientes para pasar de la primera ronda pese a que la selección de Camerún recibió un solo gol en tres partidos y no conoció la derrota (empató todo), ni siquiera contra las selecciones que a la postre resultaron campeona y tercera: la Italia de Rossi, la fantástica Polonia de Lato, Boniek y Smolarek. Ante la escuadra azzurra, el resultado fue de igualada a un gol, los periodistas del país europeo se desesperaban y Enzo Bearzot, el técnico de Udine, miraba desde el banquillo con muy mala cara sin separar los labios de su pipa. Porque sí, entonces se podía y hasta se debía fumar.
Después de tan descollantes actuaciones, N´Kono tuvo ofertas de tres equipos: Flamengo, Fluminense y Español. El intermediario Fernando Torral, que había adquirido los derechos del portero, terminó haciéndole recalar en el club catalán. A la edad de veintiséis años, abandonaba África para incorporarse a un fútbol recio y viril, el de la época, frente a esta cosa actual tan adolescente donde los jugadores viven pendientes de Instagram, les da por hacer corazoncitos con las manos y llevan anotada en el móvil la fecha de su próxima depilación, no se les vaya a confundir con hombres de pelo en pecho. Aquella temporada 1982/83 sería la primera de ocho y el Español contaba entre sus filas con gente tan curtida como Escalza (ex del Athletic), Corominas (antes del Barça), Zúñiga, Verdugo, Marañón o el gran John Lauridsen. Este danés iba a fichar por el Ispwich Town, una tormenta de nieve le impidió viajar, fue hasta Sevilla para recalar en la entidad de Nervión y, como no consiguió llegar a un acuerdo, el Español fue tan listo que terminó llevándose a uno de los mejores centrocampistas de la década. Maguregui necesitaba un cerebro y lo tuvo. Así, Tommy y Lauridsen formaban el dúo de extranjeros porque entonces no podía haber más. El resto, nacionales.
En rigor, la trayectoria del africano resultó gloriosa. Su mejor año tal vez fuera el del famoso e innecesario Play Off a lo NBA, temporada 1986/87, cuando el presidente Antonio Baró andaba exultante después de fichar al técnico del momento. Javier Clemente se presentó en Sarriá rompiendo moldes, amenazando de palabra e intención la hegemonía local azulgrana y llamando a filas al gran extremo Ernesto Valverde y al goleador Pichi Alonso, que justo salía del club barcelonista. Los pericos quedaron terceros. Pero el verdadero momento de gloria debió llegar después, en la 87/88, cuando alcanzaron la final de la UEFA -entonces a doble partido-, vencieron 3-0 al Bayer Leverkusen con el viento a favor de Sarriá y luego, en la vuelta alemana, sucumbieron por el mismo resultado después de haber mantenido impoluta la puerta durante la primera parte. Todavía duele ver aquella maldita tanda de penaltis, con Sebastián Losada enviando el último balón por encima del larguero y a pocos centímetros de la máxima felicidad.
Tommy era un portero de técnica depurada y no le gustaban las excentricidades, aunque Javier Clemente se rasgaba las vestiduras con esa costumbre de atajar los centros sobre el área a una sola mano. Una de las anécdotas más curiosas sucedió en 1986, con el atlético Roberto Simón Marina marcando gol de penalti al Español mientras N´Kono limpiaba los tacos de sus botas sacudiéndolos contra un poste. Pero este hecho fue excepcional e impropio del meta africano.
Nada más llegar a la Ciudad Condal, el club le asignó una persona para hacerle la vida más fácil. Se llamaba Julia, cuidaba a las pequeñas hijas del guardameta cuando tocaba partido fuera, y algunos años antes -porque era perica confesa- lanzó un zapato sobre el barcelonista Neeskens y debió volver a casa con el pie descalzo. Caso de interrogatorio, hubiera sido difícil negar la acción. Como si fuera una estudiante díscola llamada a capítulo por el director, la buena mujer debió ir al despacho del presidente y recibir su merecida reprimenda. Ella pretendió justificarse: “es que el del Barça no paraba de darle patadas a Solsona”.
Después del Mundial de Italia 1990 (con Camerún cayendo en cuartos y por los pelos contra Inglaterra), Tommy abandonó la disciplina españolista para defender las porterías de Sabadell y Hospitalet. Por lo que sea, muchos importantes jugadores pericos acabaron vistiendo el uniforme del equipo arlequinado. Luego continuó su carrera en Bolivia, salió campeón y colgó las botas a los cuarenta y cinco.
Y en 2002 llegó la cosa rara de Mali. Se jugaba la Copa de África, N´Kono era entrenador de los porteros de Camerún y por primera vez -ojo al dato- quedaba prohibida la presencia de brujos en las delegaciones. El caso es que alguien creyó observar cómo Thomas hacía algo raro sobre el terreno de juego y luego apareció por allí un gris gris, amuleto que ahuyenta al demonio, espanta la mala suerte y sólo es efectivo cuando se trata de un regalo. La policía le esposó y detuvo, pero no existió sanción posterior. Él negó haber practicado ningún ritual.
Tantísimos años después, podría esperarse que el mítico portero se hubiera convertido en leyenda, en ilusión intangible, en alguien de dudosa existencia, en un buen sueño. Pero no. Recién rebasada la frontera de los sesenta tacos, es perfectamente localizable, usa gafas, perdió el pelo y sigue vinculado a uno de los equipos más disidentes, románticos e inconformistas del planeta. Tommy N’Kono, un tío grande como el que más, prepara a los guardametas del Real Club Deportivo Español.
Ojalá alguno salga como él.

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