«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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8 de marzo de 2021

8-M, pandemia de mentiras

En Occidente (y no nos referimos al lugar geográfico, sino a la mentalidad occidental) ya no queda nadie que piense que las mujeres no deben tener los mismos derechos (y añadimos: las mismas obligaciones) que los hombres. Desde su incorporación, en ciertos casos forzada por guerras y posguerras, a la vida laboral fuera del hogar y su acceso —con las restricciones que en ciertos oficios impone el sentido común— a todos los puestos de trabajo y de mando de las sociedades occidentales, cientos de millones de mujeres han demostrado un nivel de competencia similar al de los hombres. Por la vía de ese ejemplo diario y constante, las mujeres han reclamado el espacio público, e incluso el liderazgo, de una manera natural, evolutiva, sin tensiones, injerencias políticas ni guerra de sexos.

Todos los datos, que el método científico es lo único que importa en ciertos debates, así lo señalan sin dudas, y no podemos sino felicitarnos por ello.

Sin embargo, todo lo conseguido de esa manera natural, está hoy en peligro por el uso de políticas identitarias por parte de la izquierda reconstruida tras la caída del Muro de Berlín. Entre esas políticas, una de las más peligrosas es la creación artificial, usando la retórica y el miedo, de un relato victimista en el que el hombre occidental —y sólo él— es un depredador heteropatriarcal violento que amenaza la libertad y, sobre todo, la seguridad de la mujeres. El relato, estúpido y peligroso, se completa con la invención de una absurda masculinidad tóxica y una irritante e inexistente brecha salarial que ningún economista de prestigio se toma en serio.

Pero el escrutinio académico jamás ha sido un obstáculo para la izquierda, la misma que desde las primeras luces del siglo XXI se ha empeñado en la construcción de una verdad oficial —pública y sostenida con el dinero de los contribuyentes— que nada tiene que ver con la real y que llega al extremo de retorcer la ley para señalar y silenciar a los disidentes.

La importancia para la izquierda de este tipo de feminismo del siglo XXI, tan politizado y tan alejado del sentido común, se aprecia con nitidez en las actuaciones del Gobierno español en las semanas previas a la manifestación del 8 de marzo de 2020. Por el miedo a perder la única fuente de movilización callejera que le queda a esa izquierda que reclama el feminismo como algo de su propiedad, el Gobierno del doctor (?) Sánchez mintió sobre los riesgos de esta enfermedad y paralizó las medidas sanitarias que habrían salvado decenas de miles de vidas. Mintió, sí, al decir que el machismo mata más que el virus. Un año después, podemos hacer cuentas. Algún día, reclamaremos responsabilidades.

Desde el recuerdo a las víctimas mortales que costó aquella vergüenza, hoy no hay nada que celebrar. Más le valdría a la izquierda encontrar otra fecha en el calendario que no haya quedado contaminada por una pandemia de mentiras para la que no hay más vacuna que las urnas.

Y, sin embargo, hay motivos más que suficientes para manifestarnos todos juntos, sin exclusiones partidistas, y exigir respeto a los derechos de las mujeres pisoteados a diario sin que el feminismo-progresista no ya lo denuncie, sino que ni siquiera lo lamente. La presión abortista, la brecha maternal, las políticas de cuotas, el menosprecio por la labor de la mujer que decide en libertad dedicarse al hogar y el uso de un lenguaje artificial que funciona como un prodigioso detector de incultos, son sólo algunas de las tensiones que las políticas identitarias han introducido en sociedades avanzadas y que en ningún caso benefician a esa evolución natural hacia la igualdad de oportunidades y de responsabilidades.

Por supuesto, hay otros enemigos de la libertad y de la seguridad de las mujeres. Otras culturas y religiones ajenas y enemigas de la construcción occidental excluyen a las mujeres del espacio público sin que el feminismo occidental lo denuncie y lo combata. No hace falta irse a Afganistán, Somalia o Indonesia. Decenas de barrios multiculturales de las grandes ciudades europeas ofrecen un paisaje de sumisión de la mujer, de todas las mujeres, consentido por unos poderes públicos que han quedado paralizados por la corrección política que exige sometimiento a unos dogmas progres subvencionados.

En esa lucha, si algún día quieren darla, nos encontrarán a la inmensa mayoría.

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