Las declaraciones de la vicepresidente Carmen Calvo sobre la primacía de la cuestión del sexo en el asunto de quién aprovecha las nuevas tarifas eléctricas para planchar de madrugada deberían avergonzar al presidente del Gobierno. Si tuviera vergüenza, claro. Pero también deberían avergonzar a toda la clase política que nos ha gobernado en los últimos 44 años y que ha ido olvidando en cada legislatura el espinoso asunto de solucionar con un Plan Nacional de Energía la carísima dependencia energética española.
Un olvido, por desgracia, recompensado con puertas giratorias de seis cifras y algún cinco (por delante) para exministros y expresidentes.
Sonroja volver a la hemeroteca y leer los golpes de pecho de los que hoy tienen el poder en la penúltima gran subida del precio de la luz, pero sonroja más pensar en los millones de personas que creyeron que la izquierda cambiaría el estado de las cosas, regularía el precio máximo, prohibiría las cuotas fijas, fomentaría la competitividad y bajaría impuestos (tanto a las eléctricas como a los consumidores)… Nada de todo eso ha ocurrido con un Gobierno de socialistas y comunistas. Nada es nada. Cero. Zip. Orwell tenía razón. En cuanto llegan al poder, los cerdos caminan sobre sus patas traseras para imitar al granjero.
Esto, por supuesto, viene de lejos. Hubo un momento, en 1982, en el que la izquierda a punto de llegar al poder incluyó en su programa electoral la suspensión de los eficaces, seguros, y limpios programas nucleares. En 1991, el socialismo, en demostración de que no es de hoy lo de que el dinero público no sea de nadie, ordenó el abandono de las cinco centrales nucleares en construcción enterrando en la factura final que hemos estado pagando hasta 2015 los cerca de 6.000 millones de euros invertidos y que supuso, además, todo un rescate a las eléctricas. Que el primer Gobierno liberalconservador no revirtiera las malas decisiones de pegatina —‘¿Nuclear? No, gracias’— del socialismo no tiene más explicación que el excelente momento económico de la España de la burbuja, que permitía ciertas alegrías.
Ahora no estamos para alegría alguna y el futuro se presenta sombrío y a dos velas. Las nuevas tarifas eléctricas y la trampa miserable de las horas valle son un duro golpe a la economía y a la libertad de las familias y de las empresas. Urge un Gobierno con sentido de Estado que plantee un Plan de Energía que tenga el objetivo de conseguir la autosuficiencia energética de España sobre la base de una energía barata, sostenible, eficiente y limpia, sin trucos ecológicos y sin complejos. En resumen: una verdadera Agenda 2050 para una España verde e iluminada que priorice sin apriorismos ni líneas rojas el bienestar energético de los españoles y destierre dependencias y puertas giratorias que todos estamos pagando en nuestro ininteligible recibo de la luz.
Habrá que esperar, claro. Por lo menos hasta que las urnas le apaguen la luz a este Gobierno de caraduras que cuando la electricidad sube un 44 por ciento asegura que el debate es el machismo.