«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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11 de abril de 2022

Adieu, socialisme; adieu, petite droite

La socialista Anne Hidalgo y la candidata del centro-derecha francés, Valérie Pécresse (EP)

Ayer, tras una larga enfermedad, el Partido Socialista francés y el centroderecha moderado —como diría Feijóo—, los dos colosos que dominaron el poder en Francia en la segunda mitad del siglo XX y en buena parte de este, murieron. Ambos fallecieron en soledad, abandonados por sus votantes (menos de un humillante dos por ciento para los socialistas, algo más de un irrisorio cuatro por ciento para el centro-centrado de derechas que ahora pide auxilio para pagar la campaña electoral menos rentable de la historia). No habrá conducción de los cadáveres y la familia no recibe. Sic transit, etc. No somos nadie. No es verdad que siempre se van los mejores.

Los Republicanos, la nueva marca de la vieja tradición conservadora y democristiana del neogaullismo que con diferentes nombres consiguió colocar hasta cinco presidentes durante esta V República (el propio De Gaulle, Pompidou, Giscard d’Estaing, Chirac y Sarkozy) ya no existe y no está entre nosotros. Es como el loro del legendario sketch de los Monty Python. Por mucho que lo niegue el tendero, o que golpee la jaula para hacernos creer que sigue vivo, el pobre animal ha estirado la pata, ha finado, se las ha visto con la pelona, ha dejado de existir, ya no es más…

La enfermedad que ha llevado a la tumba al centroderecha francés incardinado en el Partido Popular Europeo, es la peligrosa «inutilidad máxima». Una plaga que asola a la derecha que se dice civilizada pero que carece de una civilización de referencia de donde extraer los principios para enfrentarse a todo lo que está mal en Francia, en Europa y en el mundo. Huérfano de valores, el centroderecha francés ha asumido todo el discurso progre en materia de inmigración, seguridad, soberanía, ecología y esa igualdad artificiosa que a la juventud reaccionaria —da igual si reaccionaria de izquierdas o de derechas— le repele.

Que la única candidata que encontraron fuera, de nuevo, una político/funcionario profesional urbanita de la rivera derecha parisina, —lo que el abogado francoargentino Santiago Muzio llamaría «una conservadora de museos»—también nos habla de su incapacidad para conectar con la Francia cautiva de ese error que es el multiculturalismo y sus más de 750 áreas de exclusión en las que los islamistas no están sujetos al imperio de la ley francesa. Que la petit droite no se haya plantado ni siquiera frente a la pérdida de prestigio de la escuela pública de la que tan orgullosos se sentían, en pasado, los franceses, es otra de las grandes señales de su inutilidad.

En cuanto al Partido Socialista, podemos parafrasear a Chesterton y escribir que «en lo esencial, el periodismo consiste en decir ‘el Partido Socialista francés ha muerto’ a gente que no sabía que el Partido Socialista francés estaba vivo». Por qué ha tardado diez años, sobre todo cuando Macron es el mismo perruco socialdemocrata con otro collar, es un misterio.

Lo mejor es que, en rigor histórico, todo lo que ocurre en Francia siempre acaba pasando en España. De momento, los dos partidos hermanos de los difuntos, el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, han pedido el voto para Macron.

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