«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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31 de diciembre de 2023

Benedicto XVI, un año en el cielo

El Papa Benedicto XVI en 2020. Europa Press

Hace exactamente un año Benedicto XVI falleció en el Monasterio Mater Ecclesiae de los jardines vaticanos. El Santo Padre, retirado en el silencio de su oración y en la discreción que siempre le caracterizó, había sido acompañado y bendecido apenas un día antes por el Papa Francisco: «Tuve la gracia de poder despedir a Benedicto XVI. Me enteré por un enfermero que estaba mal. Yo lo avisé en la audiencia y fui rápidamente a verlo. Estaba lúcido pero ya no podía hablar. Me tomaba la mano… Fue linda esa despedida, muy linda».

La muerte de Benedicto XVI confirmó, y hoy lo sigue haciendo, que su renuncia no fue tanto el final de su papado como el paso a un lado de un sacerdote llamado más a la oración íntima que a las multitudes, de un teólogo más preparado para la escritura que para el debate y de un filósofo más dedicado al pensamiento que a los discursos. El 23 de febrero de 2013 el Santo Padre se convirtió en un líder espiritual, moral e intelectual más importante si cabe que durante su tiempo como pontífice en ejercicio. Un doctor de la Iglesia contemporáneo.

Dos décadas atrás, pocos días después del fallecimiento de san Juan Pablo II, Roma amanecía empapelada con carteles en los que se leía «un uomo buono» sobre una foto del papa. En los pósteres aparecía también el inconfundible S.P.Q.R., escudo del Ayuntamiento de la ciudad, regido entonces por Valter Veltroni, un histórico de la izquierda italiana, a quien su ateísmo declarado no impidió reconocer y proclamar la evidente bondad de un hombre.

La ceguera que deja la ideología, unas veces parcial, otras total, no privó a Walter de apreciar la bonhomía de Karol Wojtyla, como nadie medianamente honrado de quienes pretendieron ser sus adversarios intelectuales, aun invadidos por el relativismo y el materialismo, puede negar la sabiduría de Joseph Ratzinger, referente del pensamiento europeo durante medio siglo. Fueron muchos los que se esforzaron en ser su rival, aunque no encontraron respuesta, porque «en la concepción relativista, dialogar significa colocar la propia fe al mismo nivel que las convicciones de los otros, sin reconocerle por principio más verdad que la que se atribuye a la opinión de los demás».

Si Juan Pablo II incidió en que no existe la justicia sin libertad, Benedicto XVI ahondó en la idea de que no hay libertad sin verdad. En el primer aniversario de su fallecimiento, recordamos a Ratzinger como un cooperador de la Verdad. Un hombre sabio, luz para la gente corriente, cuya subida a los altares seguramente encuentre la oposición de los poderes de este mundo a los que no se sometió, consciente de que «cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca».

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