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23 de febrero de 2022

Biden, el baizuo

El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden (Andrew Dolph / Zuma Press Wire / dpa)

Los chinos tienen un nombre para esos occidentales que basan su liderazgo en políticas identitarias como la exaltación de los derechos de las minorías, la justicia racial, el globalismo medioambiental y el multiculturalismo, que es lo mismo que decir el borrado de las fronteras que dan sentido a la soberanía nacional de los países. Todo ello trufado de una corrección política lingüística exasperante con uso de pronombres, lenguaje desdoblado y patadas al diccionario, sea la RAE, el Cambridge o el de la Academia Francesa. Ese nombre que los chinos dan a cualquier ignorante que en vez de ocuparse de los problemas reales de sus nacionales pasean una suerte de supremacismo moral basado en políticas que exaltan los sentimientos humanitarios vacíos e inútiles de una parte de la sociedad es el de baizuo, y en este mundo woke que por desgracia nos toca vivir, el presidente Joe Biden es el líder de los baizuos.

Lo escuchamos en su discurso de toma de posesión, cuando el flamante presidente de los Estados Unidos, elegido de aquella manera, aseguró que el mayor problema que tenía su país, líder en decadencia, pero todavía líder del mundo, era el supremacismo blanco y que su Administración dirigiría todos sus esfuerzos a la reivindicación de la llamada justicia racial. En aquel momento, llevados sin duda de la ingenuidad que se ha instalado en la vida diaria de la mayor parte de las sociedades occidentales —léase los medios de comunicación de masas, tertulianos, editoriales, articulistas y conferencistas académicos progres— saludaron aquel cambio de rumbo respecto a los cuatro años de mandato de Donald Trump, un presidente que reaccionó ante una realidad que no le gustaba y que trató de corregir la peligrosa deriva hacia la decadencia de Occidente. Con modales cuestionables, es cierto; pero ese es un detalle muy menor.

El baizuo que llego a la Casa Blanca es débil, como débil fue su predecesor demócrata, Barack Obama, cuando saludó aquellas revoluciones islamistas árabes y las llamó «primaveras». El multilateralismo globalista justicialista de Biden, que acepta lecciones medioambientales de una niña que ha ido menos a clase que un actor español, ha dado alas a una China exportadora de virus y crisis económicas mientras parece ignorar el rearme, nunca mejor dicho, del comunismo en el continente americano. Un rearme financiado con dinero chino. Su única iniciativa, por llamarlo de alguna manera, de alianza militar entre los Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia sólo ha conseguido enfatizar la irrelevancia de la Unión Europea y ha lanzado una carga de profundidad que está todavía por detonar en ese viejo y lento elefante que es la OTAN.

Y en estas miserias woke nos movemos cuando hoy, el mundo se ve obligado a enfrentarse a un conflicto que ha adelantado el reloj del fin del mundo unos cuantos  minutos, como nunca desde hace 40 años, cuando hasta que llegó Reagan y acabó con la Guerra Fría —y de paso, con la URSS— todavía se construían refugios nucleares en los patios traseros de las casas de Florida o Alabama. La debilidad de Biden y de la mayoría de los líderes europeos, terminando por el español, es lo que ha permitido que Vladimir Putin, que tiene sus razones, pero no la razón, atente contra la soberanía nacional de Ucrania y amenace, por consiguiente, las fronteras de la Unión Europea y la soberanía de países libres hartos de ser esclavos como Polonia.

Rusia ha enviado tropas a las «repúblicas populares» del Este de Ucrania. Cazas españoles y rusos juegan al ratón y al gato sobre las fronteras difusas del Mar Negro. La población ucraniana se arma y espera. Ya mueren soldados ucranianos. La guerra llama a las puertas de Europa. El mundo, ahora sí, esta vez de verdad, está en vilo ante la respuesta del presidente de los Estados Unidos. A estas horas, sólo tenemos una certeza basada en la experiencia de los cuatro años de paz de ese magnífico periodo de entreguerras y de esperanza que vivimos desde 2016 a 2020.

La de que con Donald Trump esto no habría pasado. Porque él, para empezar, no era un baizuo.

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