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20 de diciembre de 2021

Chile: lecciones para después de una derrota

Celebraciones tras la victoria de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales en Chile (Sebastián Oria / Agenciauno; vía EP)

Chile ha caído. La izquierda dura y los comunistas se han hecho con la presidencia de una República golpeada por la violencia izquierdista desde octubre de 2019. El nuevo presidente, Gabriel Boric, es apenas un activista universitario con un preocupante pasado de connivencia con el terrorismo que ha sido aupado por un conglomerado de fuerzas entre los que está, y eso ya debería descalificarle, el Partido Comunista chileno. Puede que hoy mismo, en otros periódicos, lean que Boric es un moderado socialdemócrata. No lo es.

Chile ha caído como cayó la cúpula de la iglesia de la Asunción en octubre de 2020. Los mismos que prendieron fuego al templo, los mismos que luego incendieron la iglesia de San Francisco de Borja, refugio de carabineros, son los que hoy han votado por Boric. Y junto a ellos, millones de electores insensibles ante el desastre que para la prosperidad de las naciones de la Iberosfera significa entregar el poder a los correividiles del Foro de Sao Paulo, esa Internacional de la Miseria pagada por Venezuela y liderada por Cuba.

Frente a esa izquierda mentirosa que ha hecho del indigenismo hispanófobo una de sus obsesiones políticas, ha habido un hombre solo. el conservador José Antonio Kast, que con una pequeña estructura de partido y contra todos y contra tantos, fue el candidato más votado por los chilenos en la primera vuelta, muy por encima del heredero del blando presidente en retirada, el centro-centradista Sebastian Piñera.

A esta hora, cuando la victoria de Boric es un hecho y Chile se asoma al precipicio por el que se despeñan naciones vecinas como Argentina y Bolivia que deberían —insistimos: deberían— haber servido de advertencia a los chilenos, sólo podemos extraer una lección de esta segunda vuelta. Y es la de que a esta izquierda dura, hispanófoba, indigenista y mendaz no se la enfrenta con melindres.

En democracia, mientas la haya, las elecciones se pueden perder, pero lo que no se pueden perder son las convicciones porque entonces no hay gloria en la derrota, que cuando la hay, es otra manera de triunfar.

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