A estas alturas, después de más de cien mil muertos y una ruina económica de la que ni se adivina el final, no nos vamos a escandalizar por el hecho de que este presidente del Gobierno insulte a funcionarios públicos como son nuestros policías y guardias civiles que fueron enviados a Cataluña en 2017 para hacer cumplir la Constitución contra la que se había proyectado —y anunciado, que eso es lo peor— un golpe de Estado.
Que el presidente que padecemos llame «piolines» a esos agentes de la ley que sólo merecen nuestro agradecimiento y aplauso en una estúpida metonimia del barco decorado con personajes de los Looney Tunes que les sirvió de casa y refugio durante aquellos inolvidables días de septiembre y octubre de 2017, sólo es una pincelada más en el oscuro retrato de este oscuro presidente que nos ha instalado en una crisis económica, energética, de identidad, de soberanía y de valores terrible.
Lo que nos da la medida del usuario del Falcon es que el día en el que las autoridades europeas confirman que el Gobierno de Sánchez es el que peor ha gestionado la pandemia y la crisis económica subsiguiente de toda Europa, el presidente se permite insultar a la Policía Nacional y a la Guardia Civil en vez de cubrir su cabeza con ceniza y dimitir por inútil e incompetente. Lo que Europa nos reconoce (y nos avisa de lo que va a pasar con nuestro sistema de pensiones) es lo que ya sufrimos: que Sánchez es un administrador desleal de la cosa pública.
Que esta nulidad que va lanzando bombas de humo menstruantes como si no hubiera un mañana —que lo mismo no lo hay—, siga un solo minuto más en La Moncloa, es la constatación de que la izquierda que lo rodea y lo halaga hasta el ridículo hace tiempo que abandonó cualquier rastro de honradez y la sustituyó por un ansia terrible y patológica de poder.
Pero, poder, ¿para qué? Si es para pasar a la Historia, vive Dios que Sánchez lo va a conseguir, pero no como los aduladores de cámara y los desnortados globalistas le dicen que va a pasar. En el futuro lejano, cuando los cronistas miren hacia atrás y evalúen el primer cuarto del siglo XXI en España, Sánchez será una nota a pie de página en el capítulo dedicado a los años del desastre que quizá lleve por título «los años imbéciles». Ojalá ese capítulo termine pronto, pero no nos hacemos ilusiones. A Sánchez todavía le queda mucho daño por hacer y mucho español, vivo o muerto, al que insultar.