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EDITORIAL
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22 de junio de 2022

Doctor en cosmética

El todavía presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la todavía ministra de Hacienda, María Jesús Montero (EP)

La reducción temporal del IVA en la factura eléctrica a los hogares hasta el 5 por ciento, anunciada hoy por el Gobierno para el próximo sábado, es apenas un titular para periódicos adictos, una bolita bajo tres cáscaras de nuez manejadas por ese presidente que es Pedro Sánchez, doctor en Trile.

Porque es el mismo presidente de una ministra de Hacienda como María Jesús Montero que aseguró, no hace ni una semana, que una rebaja extraordinaria en la fiscalidad de la factura eléctrica no serviría para nada. Lo que ha ocurrido desde hace siete días son unas elecciones andaluzas en las que el socialismo ha sido laminado con aviso a navegantes sobre lo que será el final del sanchismo en España.

Tener un Gobierno socialista —de lo social, dicen— que sólo se mueve por impulsos electorales y por el miedo a que la demoscopia te arruine el relato, es desesperante. Como también lo es que haya todavía quien crea que el decreto que se aprobará el sábado, y que todavía no sabemos si incluirá un impuestazo a las eléctricas, es consecuencia de una decisión tomada desde la reflexión serena y la sabiduría para corregir los errores. Reflexión y sabiduría son conceptos ignorados por el socialismo desde el comienzo de sus tiempos.

Llevamos meses, incluso algo más de un año, alertando desde las páginas de La Gaceta de la llegada de una inflación desbocada. Llevamos meses informando sobre las adecuadas medidas tomadas por otras naciones europeas. Llevamos mucho tiempo pidiendo al Gobierno de Sánchez una rebaja permanente de los impuestos a los carburantes y a la electricidad como modo de aliviar el impacto de la inflación, no sólo en las familias, sino también en el sector industrial olvidado por u Gobierno de funcionarios —o ni siquiera eso—. También hemos pedido, casi rogado, que reduzca el gasto superfluo. Una menor recaudación con un gasto igual —o mayor, no sólo por la actualización de las pensiones, sino por el crecimiento desquiciado de la oferta de empleo público— nos condena a un escenario de incremento de la deuda en un momento de subida de los tipos de interés. Un pan como unas tortas, en suma.

La acción anticrisis del Gobierno no puede ser puntual. Todos los factores económicos están conectados y actuar sobre uno de ellos durante un tiempo limitado no influirá en el resto. Si el precio de la luz continúa subiendo porque es necesario quemar más gas —que por mucho que esté topado el precio, no para de subir por la letra pequeña (compensaciones) de una excepción ibérica que sigue de fracaso en fracaso—, una bajada del IVA no tendrá más efecto que el que tendría una reducción del precio del impuesto del hielo que se sirve en un combinado alcohólico que tributa un 21 por ciento de IVA.

Para luchar contra la inflación hay que atacar en múltiples frentes, en todos a la vez. Este no es un proceso inflacionario que se deba a un aumento de la demanda en una sociedad con un paro mínimo, como la estadounidense, sino a una disminución de la oferta y un aumento de los costes energéticos por motivos políticos. Podemos, pero no queremos, imaginarnos lo que ocurrirá si el sector del transporte va de nuevo a la huelga y la oferta se reduce más todavía.

No nos gusta llorar sobre la leche derramada, pero si hace décadas España hubiera invertido con decisión en la producción de energía nuclear, la más barata y la más limpia, y si hubiera condicionado el precio de la electricidad al coste de lo nuclear y no al del gas para satisfacer a unas eléctricas en las que se entra por una puerta giratoria, hoy no estaríamos así. Estaríamos mal, pospandémicos, pero no al borde del abismo disfrutando lo votado.

Se pueden bajar los impuestos. Se deben bajar los impuestos. A todos. A las familias y al sector industrial. Se debe bajar al mínimo los impuestos de los combustibles, por supuesto. Pero al mismo tiempo se debe invertir en lo necesario y eliminar lo superfluo. El Estado, en su conjunto, todas sus administraciones, gasta mal alrededor de 150.000 millones de euros al año. Es urgente una gran operación de reducción de todo lo que no es imprescindible para que el dinero esté en donde tiene que estar: en las familias, en la industria y en los negocios.

Sabemos que Sánchez, el parcheador, no lo va a hacer. El presidente, doctor en Cosmética, y su Gobierno de ineptos —que ansían que la subvención de la gasolina sea progresiva según la renta familiar, pero que no sabrían cómo hacerlo ni en mil años—, no se han acercado a la bajada al mínimo del IVA de la factura eléctrica hasta que no han visto las barbas del socialismo cortadas en Andalucía a la altura de la nuez.

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