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17 de noviembre de 2021

Educación para la mediocridad

Si ya es perversa la amenaza constante de la izquierda española de privar a los padres de su derecho a la Educación de sus hijos (sus de ellos, no del Estado) en sus propias convicciones y sustituirlas por una ideología estatal, la sola lectura del decretazo que ayer aprobó el Consejo de Ministros sobre evaluación y promoción en las diferentes etapas educativas escolares, desde Primaria hasta Bachillerato, incluida la Formación Profesional, debería estremecernos.

Durante los últimos cuarenta años, y así lo señalan los resultados de los exámenes estandarizados en los países de la OCDE, es indiscutible que la calidad de la enseñanza ha empeorado en una España que a principios de los 70 llevó a las aulas un modelo de búsqueda de la excelencia que, incluso en el franquismo, vio clara la necesidad de eliminar el principio de subsidiariedad del Estado.

Ahora es todo lo contrario y ante esta situación que compromete el futuro de las nuevas generaciones de españoles y que debería movilizar a los partidos políticos nacionales en la búsqueda de un modelo educativo de calidad sobre la base de los principios del esfuerzo y de la exigencia, la izquierda radical e ignara que nos desgobierna ha decidido devaluar aún más la calidad de nuestra enseñanza con una batería de medidas destinadas a premiar la mediocridad, penalizar el esfuerzo y arrebatar a los profesores y a los centros lo poco que les quedaba de autoridad. Renunciar a la objetividad de la nota, acabar con las recuperaciones u otorgar títulos de bachiller a alumnos suspensos, son medidas descabelladas que puede que igualen por abajo, pero que no engañan a nadie.

Conocemos la pulsión de esta izquierda ágrafa por apropiarse de la educación para así formar masas de titulados agradecidos y, por tanto, obedientes y acríticos. Lo que es incomprensible es que el Partido Popular, tanto cuando ha gobernado la nación como en sus Comunidades Autónomas, contemporice y chalanee con el desastre en vez de afrontar sin complejos una necesaria recentralización de la Educación hoy desperdigada en 17 sistemas diferentes y un modelo perverso.

Necesitamos una auténtica revolución educativa que sea exigente no sólo con los alumnos, sino con los docentes y con las editoriales de libros de texto. Que establezca un currículo sensato y no ideológico. Que devuelva la autoridad al profesor y al centro. Que ceda a los padres, sin tutelas estatales, el control del dinero de nuestros impuestos a través de la figura del cheque escolar. Que no castigue a los centros concertados y que eleve la exigencia del profesorado en los centros públicos. Que ordene un solo examen de Selectividad para toda España con unos criterios de corrección iguales para todo el país. Que establezca un sistema amplio de becas exigentes. Que incentive la Formación Profesional con un modelo gratuito y de máxima calidad con una exigencia constante al profesorado y a los centros.

En resumen: necesitamos con urgencia un modelo educativo que expulse a la ideología, no sólo de las aulas, sino de los boletines de notas.

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