Ayer, más de 500 jóvenes españoles ingresaron en las academias militares que forman a nuestros oficiales de los tres Ejércitos y de los Cuerpos Comunes de las Fuerzas Armadas. La mayoría, salvo los ‘titus’ que llegan con una carrera bajo el brazo después de una oposición exigente, ha entrado con apenas 18 años cumplidos o todavía por cumplir. No les envidiamos las primeras dos agotadoras semanas de formación en las que el tribunal de oposición permanece abierto y los alféreces tienen encargado encontrar cualquier fisura tanto física como mental de los nuevos cadetes para que abandonen y puedan ser sustituidos. No les envidiamos las subidas a depósitos en la Academia General Militar, los palos en la Escuela Naval o el orden cerrado con máuser en San Javier. Pero sí les envidiamos su vocación de servicio a España por la que sacrificarán una parte no menor de su juventud.
En las tres Academias Militares, al igual que en la muy desconocida Academia Central de la Defensa donde se forman los oficiales médicos del futuro —muy atentos al enorme problema de una Sanidad Militar cada día más menguada—, estos jóvenes españoles van a aprender en la honrada milicia a reconocer unos valores que, por desgracia, escasean en la vida civil moderna: abnegación, compañerismo, deber, honor, disciplina, jerarquía y sobriedad. Valores imprescindibles para servir a España hasta morir por ella si fuera necesario. Valores que deben estar presentes, sin dudas, en el trabajo diario del Rey de España, mando supremo de las Fuerzas Armadas, y de su heredero.
De Felipe VI conocemos bien cómo su padre, junto con varios notables preceptores y políticos leales a la Corona, que es lo mismo que leales a España, diseñaron para él, desde que le filiaron con 9 años como soldado de Infantería del Regimiento Inmemorial del Rey, una sólida educación militar con un año de formación en cada una de las tres academias al concluir sus estudios de bachillerato.
De la Princesa de Asturias, Doña Leonor, llamada también algún día a cumplir con lo dispuesto en el artículo 62 de la Constitución que reserva para el monarca el mando supremo de las Fuerzas Armadas, nada sabemos todavía.
Hay voces que en susurros dan por hecho que Doña Leonor seguirá los pasos de su padre. Pero sin regulación legal que avale este desiderátum, ni declaración oficial de la Casa Real ni del Gobierno, ni entrevista con Su Alteza Real que nos haga conocer sus deseos, lo cierto es que no escuchamos pasos firmes, sino apenas pasos imaginarios. Todo lo más, pasos de puntillas.
Esperemos que en lo que se refiere a la imprescindible formación militar de la heredera de la Corona de España, no caigan aquellos que tienen el poder de dirigir su educación, incluida ella misma, en la peligrosa improvisación que es la seña de identidad de esta España oficial procrastinadora. Nuestras Fuerzas Armadas, cuya misión en defensa de la unidad (en peligro) y la independencia (en disputa) de nuestra nación debe ser refractaria a las improvisaciones, necesitan prepararse para saber formar a quien un día, nadie puede saber cuándo, será Reina de España y capitán general de sus Ejércitos.
Que si en su caso no fuera por vocación, como la de tantos jovencísimos caballeros y damas cadetes que hoy comienzan su segundo día de duro aprendizaje de cómo servir a España, que sea por deber. Que sea.