«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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6 de abril de 2022

El discurso del presidente

El discurso del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ante el Congreso español. Europa Press

Quizá deberíamos, pero no podemos dejar pasar la oportunidad de protestar contra el hecho innegable de que España no ha sabido —o no ha querido— comunicar al mundo las grandes hazañas a las que ha tenido que recurrir para preservar su soberanía y su identidad frente a los que quisieron invadirla y someterla. Si lo hubiéramos hecho, si alguien hubiera exportado la resistencia, por ejemplo, de las tribus cántabras frente al invasor romano; si los ucranianos conocieran la Batalla de las Navas de Tolosa contra el califato almohade, o si los colegiales europeos supieran que los españoles se levantaron contra el francés en 1808 usando chuzos y puñales para volver a las cadenas… Insistimos, si hubiéramos contado los grandes hechos de aquella España que no se resignó a dejar de serlo y defendió su independencia, quizá el presidente ucraniano, Volodímir Oleksándrovich Zelenski, en su discurso a las Cortes españolas, no hubiera tratado de aleccionarnos usando un episodio controvertido de una de nuestras guerras civiles en la que España no luchaba contra el invasor, sino contra ella misma. El bombardeo de Guernica, ese horror experimental, no ha sido una buena elección. Pero esto no es culpa de Zelenski. Y si lo es, se lo disculpamos. Faltaría más. Lo que nuestro Gobierno de ignaros no va a exigir a un bachiller no se lo vamos a demandar a un ucraniano asediado, oculto, y con su vida muy en peligro.

El discurso de Zelenski debe leerse como un oportunidad histórica para que nuestros representantes escuchen al líder de una nación irrelevante hasta enero y que hoy se permite, y con todo el derecho, hablar de tú a tú a los jefes de Estado y de Gobierno de Occidente con la fuerza que le da el respaldo de cientos de millones de personas que hoy están con Ucrania, entre los que nos encontramos la mayoría de los españoles. No todos, como mintió la presidente Batet olvidando a una parte sustancial y comunista del Gobierno. Tampoco todos y todas, como mintió pateando el diccionario el presidente Sánchez en una intervención egomaníaca que nos debería alertar sobre el grado de inflamación al que ha llegado la perturbación narcisista que sufre desde que se subió al Falcon. Sánchez, mucho cuidado, se cree el jefe del Estado.

Volvamos a Zelenski, que es mucho más interesante. Su discurso, ahogado por una traducción lamentable, fue una mezcla de otros discursos pronunciados en Parlamentos más relevantes. La alusión directa a tres empresas españolas que comercian con Rusia es peligrosa por el señalamiento y la indefensión, pero nos debe servir para ver la hipocresía que hay —no sabemos si de verdad en esas empresas a las que habrá que escuchar—, en todos los Gobiernos europeos que se envuelven en la bandera ucraniana pero que siguen comprando gas y petróleo a Rusia, financiando así las balas que usan los soldados de Putin en una invasión tan criminal como estúpida. Una invasión que, eso sí, ha servido para evidenciar la falsedad de una Europa que, salvo excepciones, renunció a una soberanía energética que, por ejemplo en España, hace ya tanto denunció el líder de la oposición, Santiago Abascal, entre las risas y las acusaciones de negacionismo climático y otras mamarrachadas que hoy quedan al descubierto.

Zelenski, que ha inaugurado una nueva forma de comunicación, tiene razón y merece nuestro aplauso. Si podemos hacer el esfuerzo de sobreponernos a una traducción simultánea descabellada y volvemos a escuchar —o mejor leer—, el discurso del presidente, lo que nos está diciendo es que mandemos más armas y nos dejemos de sobreactuaciones histriónicas e hipócritas. Como la de Su Majestad Sánchez I el autócrata, verbigracia.

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