«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
2 de febrero de 2022

El Reino de los Cielos no es una República

Papa Francisco
Papa Francisco. Reuters

El Papado, como cabeza de la Iglesia Católica y piedra sobre la que se construye el Vicariato de Cristo en la Tierra, manifestó durante la mayor parte de su vida una notable indiferencia hacia las distintas formas de gobierno «mientras fueran encaminadas al bien común». No fue hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el Vaticano reconoció la superioridad moral de la democracia de corte liberal como mejor garante de los derechos humanos. Lo cual era, en aquel momento, verdad. Y hoy seguiría siéndolo si ciertas democracias liberales siguieran mereciendo tal nombre y no se hubieran corrompido hasta extremos cercanos al totalitarismo.

Aquel reconocimiento de los beneficios para el hombre de la forma democrática de gobierno podía parecer una maniobra táctica, y sin embargo los  sucesivos Papas y la mayor parte de su magisterio, comenzando por la encíclica Gaudium et spes, confirmaron que esa identificación con la justa autonomía de la realidad terrena y con la defensa de los derechos humanos era un pensamiento enraizado con fuerza en la piedra basal de la Iglesia.

A pesar de esa comunión, o quizá por ella, los Sumos Pontífices, desde Pio XII hasta Benedicto XVI, tuvieron un extraordinario cuidado en mantener una exquisita neutralidad en los procesos electorales en os que estuvieran inmersas las naciones soberanas que respondieran, el menos de nombre, a una estructura de Estado democrático de Derecho. Es cierto que hubo alguna desviación como la de San Pablo VI en su relación profunda y casi fundacional con la Democracia Cristiana italiana. Pero no caigamos en presentismos absurdos y digamos que eso fue lo normal.

Lo que no es normal es lo que ha ocurrido hoy en el Vaticano. Al recibir al candidato de la izquierda pura y dura a las presidenciales colombianas, Gustavo Petro, terrorista del extinto M-19 y ex asesor económico —por Dios bendito— de Hugo Chávez, el Papa Francisco ha quebrado la neutralidad debida de la Iglesia en los procesos electorales. De nada sirve haber negado la foto del encuentro. De nada sirve que la diplomacia vaticana haya reaccionado a la información de la reunión entre Petrus y Petro asegurando que el Papa está dispuesto a a recibir a cualquier candidato colombiano que se lo pida.

Hoy, en una torpeza infinita impropia de una institución que ha aprendido de otras torpezas infinitas de dos mil años de Historia, el Papa Francisco ha vuelto a confundir sus deseos con la realidad al recibir a Gustavo Petro, el sicario del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla. Y esa realidad es que jamás ha habido, ni habrá, otro enemigo mayor del hombre que la pulsión deshumanizadora que late en la izquierda global. Algunos dirán que el capitalismo exacerbado, otros, que el individualismo neoliberal, pero no es cierto. La Historia nos demuestra que allá donde gobierna la izquierda, la fe es arrinconada y la Iglesia, perseguida con saña por ser la representación terrenal del Reino de los Cielos en el que Dios conoce a cada uno por su nombre y no por un número. Recuerden los creyentes que ese Reino, jamás, gracias a Dios, será una República.

Por suerte, el Papa Francisco tiene a su disposición una extensa biblioteca en el Vaticano donde podrá confirmar todo cuanto en este editorial hemos dicho.

Como hijos de la Iglesia que nos consideramos, exigimos a nuestro Sumo Pontífice que mantenga la sabia doctrina de mantener una neutralidad absoluta. Dicho de otra manera, Santidad, este no es el Petro al que tendría que haber recibido en su despacho.

Noticias de España

.
Fondo newsletter