En 1947, la publicación Boletín de los Científicos Atómicos recurrió a una imaginativa solución visual para alertar de lo cerca que estaba el mundo del apocalipsis atómico. Con un sencillo reloj en la portada de la revista, señalaron, y señalan, cuántos minutos quedan para la medianoche del mundo. Desde entonces y hasta ahora, el Reloj del Fin de los Tiempos ha sido atrasado y adelantado año tras año hasta llegar a las doce menos 100 segundos, como jamás en su historia; incluso 20 segundos menos que a principios de los años 50 por un sinfín de razones en las que hoy se incluye la débil respuesta de los gobiernos occidentales a una pandemia provocada por un virus artificial creado en China y financiado con dinero globalista.
Imaginemos ahora que el reloj marcara otro apocalipsis diferente: el que marca la destrucción de España como nación (y como Estado). Imaginemos que el reloj llevara funcionando también desde 1947. Hoy, sin duda alguna, estamos a menos de cinco segundos del fin de España, mucho más cerca que siempre, más que durante la Segunda República, incluso más que durante la Guerra Civil, cuando lo que se dirimía en el campo de batalla no era la unidad, sino la supervivencia de la personalidad nacional española. En cualquier caso, mucho más cerca que en 1978, cuando los españoles, la inmensa mayoría, en su nombre y en el de las generaciones venideras herederas de todas las anteriores, aprobaron un pacto por la convivencia en forma de Carta Magna. Imperfecta, como todas las creaciones de la tiranía del consenso, pero dúctil y con vocación de permanencia.
Si hoy ese Reloj del Día del Fin de España marca las doce menos cinco segundos es evidente que algo ha venido fallando y que es necesario repararlo. Es necesario si entendemos, como en La Gaceta de la Iberosfera sin duda así lo hacemos, que el apocalipsis de lo español sería algo catastrófico. Conocemos las causas de ese adelantamiento del segundero: la cesión constante, la primacía del poder sobre la ley, la corrupción, la desidia, la incultura, los complejos…
Ante esos cinco segundos, los partidos clásicos, culpables de tanto, han reaccionado de manera distinta. Unos, los nacionalistas, preparando la fiesta. Pobres ingenuos. Otros, como la izquierda iletrada, indultando a criminales, preparando el fin del régimen de monarquía parlamentaria y el comienzo de un régimen federativo que ahondará en la desigualdad de los españoles. Si es que quedan españoles.
Otros, como el Partido Popular, responsable también de incontables cesiones y de largas e irresponsables miradas al empedrado, ha filtrado al diario El Mundo un plan para Cataluña que consiste en «Fortalecimiento del Estado en Cataluña, fortalecimiento del movimiento político constitucionalista en Cataluña y fortalecimiento del centroderecha liberal en Cataluña». A la espera de que el Partido Popular concrete algo más que «un trilingüismo amable en las aulas» que parece el epítome de la desidia, no podemos dejar de preguntarnos cómo es posible que aquellos que firmaron el Pacto del Majestic sigan pensando que el problema está en Cataluña. El problema es nacional y sólo una política nacional que recupere la personalidad española perdida, el ethos español, podrá funcionar. Lo demás, no sirve.
Constitución, Estado de Derecho y tratar a los enemigos de España —sea en Tortosa, sea en Ferrol, sea en Ceuta— como lo que son, debería bastar para atrasar el reloj del fin de España aunque sólo fuera un segundo. El primer segundo desde 1978. En buena hora.