«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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19 de marzo de 2023

En el nombre del Padre

La verdad es que querríamos caer en la tentación de pensar que el intento de acabar con el Día del Padre y sustituirlo por el día de la persona especial —que para eso vale cualquiera, hasta el primo Jaime que es muy gracioso—, es sólo una estupidez que da para unas risas en un grupo de whatsapp. Pero no es una estupidez. Ojalá lo fuera.

El intento de anulación de la figura paterna desde las aulas forma parte de un plan específico de destrucción de la idea de autoridad y de la familia nuclear que, por más que requiera un ejército de idiotas para llevarlo a cabo, no es una mera boutade.

En el siglo XXI, el siglo de la confusión, la izquierda, entendida como un concepto amplio más allá de la política, se desarrolla y arraiga bien en las nuevas sociedades infantilizadas, caprichosas, sobreprotectoras y hedonistas en las que hasta el mero deseo de cosas imposibles se proclama como un derecho. Pero para infantilizar a una sociedad, es necesario anular cualquier figura de autoridad que, en el ejercicio de su legítima responsabilidad, ejerza de contrapeso a la voluntad del poder político. Cualquier autoridad que allí donde la izquierda woke quiera imponer confusión, eduque, corrija y aclare.

Por eso el wokismo minó la autoridad de los profesores, eliminó la tarimas y creó nuevos modelos pedagógicos que pusieron a a alumnos y profesores en un plano de igualdad absurdo y perjudicial para la formación de ciudadanos maduros, críticos y responsables. Y por eso trata de hacerlo hoy con la figura paterna, que es un puntal imprescindible en la estructura de la familia nuclear tradicional y que tiene un papel esencial de corrección y orden, diferente pero complementario, al de la figura materna.

A falta de leyes orgánicas que por ahora puedan ordenar la destrucción de la autoridad paterna, que es el primero y el más alto muro de contención de la infantilización de la sociedad, los ingenieros sociales del wokismo han optado por la vía de la cancelación cultural de la figura paterna hasta el extremo de querer anular un día de reconocimiento y de gratitud como es el Día del Padre.

Reconocimiento de su papel esencial de orden en el proceso de maduración responsable de los hijos. Gratitud por lo ingrato de una tarea tantas veces incomprendida que sólo logramos entender en su totalidad con el paso del tiempo y cuando nosotros mismos nos convertimos en padres.

Debemos oponernos con firmeza a cualquier intento de cancelación de la figura paterna. No basta para ello con enfadarnos en un grupo de whatsapp. La batalla hay que darla allí donde parece hoy que es necesario darla: en los consejos escolares de los centros —algunos incluso que dicen ser católicos— y en las ampas de los colegios donde habitan y medran los necios y los tibios. Sin miedo y de frente. Como nos enseñaron nuestros padres.

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