El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha anunciado este miércoles en una misiva «a la ciudadanía» que se toma un periodo de reflexión hasta el próximo lunes para decidir si sigue o no al frente del Ejecutivo.
La carta es una maniobra falsaria, el enésimo ejercicio de victimización de un autócrata que vuelve a mezclar su vida personal con la política poco después de protagonizar el mayor caso de corrupción política de toda la democracia: la compra de su investidura a cambio de la amnistía a los delincuentes separatistas, una ley que —no olvidemos— constituye un golpe a la Constitución, al poder judicial y al Estado de Derecho.
De un dirigente que, de la mano de todos los enemigos de la nación, legisla sólo en función de su voluntad, y que se ve acorralado por lo que queda de institucionalidad en España.
Con la misiva Sánchez busca tapar la corrupción económica que inunda su mandato ante el caso Koldo, que es el caso PSOE, y la investigación de un juzgado de Madrid a su esposa, Begoña Gómez, por tráfico de influencias.
Si Sánchez quiere reflexionar, que lo haga, pero tras dimitir y librarnos de una etapa negra marcada por los ataques permanentes a la unidad de España, a la convivencia, a la libertad y a la prosperidad de todos los españoles. Sánchez se irá. Será el próximo lunes (muy poco probable) o tras las siguientes elecciones generales. Tras su adiós, los tribunales le juzgarán… y la Historia no le amnistiará.
