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25 de enero de 2023

Fuera, totalitarios, de la universidad

Supuestos estudiantes universitarios tratan de boicotear el acto de entrega de las distinciones de alumnos ilustres en la Universidad Complutense (Alejandro Martínez Vélez / Europa Press)

La experiencia acumulada de los que poco a poco nos volvemos otoñales recomienda con insistencia no conceder honor alguno a un político hasta que la política no haya abandonado su cuerpo para siempre. Por lo menos. Que cada uno recuerde a quien le parezca de esa larga lista de políticos que un día fueron honrados por la Universidad y que acabaron deshonrando.

Dicho lo cual, y arrieritos somos, hoy es un día como cualquier otro para recordar lo que escribimos en su día sobre el pésimo estado ético de la universidad pública española en su conjunto. Con pequeñas excepciones, la izquierda y el separatismo que han hecho nido endogámico en los departamentos de las facultades, en los decanatos y en la práctica totalidad de las rectorías magníficas, por no hablar de ese pozo de duplicidades que representa el personal de administración y servicios, han pervertido la autonomía universitaria consagrada en el artículo 27 de la Constitución.

Ese principio de organización es un derecho con los límites marcados por las leyes y por la propia Carta Magna. En este sentido, la universidad pública debería ser, y no lo es, la primera institución que vele para que los valores superiores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político estén presentes en su vida ordinaria, y también en la extraordinaria.

Constatamos ayer, de nuevo, que la universidad pública, y en este caso la Universidad Complutense, hace dejación de sus funciones rectoras a la hora de promover la libertad y el pluralismo político. El escrache, palabra que nos llega del lunfardo argentino como corrupción del verbo italiano schiacciare, que significa aplastar u oprimir, debería ser una acción prohibida en la universidad. Prohibida, sí. Con todas las medidas disciplinarias que sean necesarias. No sólo por lo que tiene de vergonzoso asistir a un ejercicio de intolerancia en un campus universitario, sino por el propio futuro de la educación superior pública como forja de profesionales válidos para la empresa, la Administración y la regeneración de la vida española.

Debería entender la universidad, no sólo la Complutense, sino la anómica conferencia de rectores en pleno, que cada escrache, cada intimidación y cada muestra visible e invisible de intolerancia disfrazada de libertad de expresión por parte de la izquierda que medra en sus aulas y despachos, rebaja el prestigio de sus graduados, licenciados y doctores. De todos. Igual que rebaja las expectativas de futuro de sus alumnos que deben salir a competir en un mercado laboral que privilegia a los estudiantes formados en valores de tolerancia, respeto y espíritu de apertura sin los cuales no es posible hablar de sociedad democrática.

Cuando las universidades públicas que fomentan los escraches izquierdistas se pregunten cómo es posible que las universidades privadas prosperen, crezcan y se expandan como lo hacen, en medio de un gélido invierno demográfico y una crisis económica de dos décadas, les recomendamos echar una larga y honrada mirada a un espejo fiel. Si de verdad es una mirada honrada, no les gustará lo que vean.

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