«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
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22 de octubre de 2022

Hagamos memoria

Mariano Rajoy, Pablo Casado y el actual líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (Rosa Veiga, Europa Press)

Ayer entró en vigor en España una ley, mal llamada de memoria democrática, que algunos, los más, creen heredera de la primera ley de memoria histórica del Gobierno de Rodríguez Zapatero. La verdad es otra y bien distinta. La nueva norma, ya conocida como «ley bildu» en referencia al partido político vasco de extrema izquierda y con vínculos directos con el terrorismo etarra que ha sido el apoyo esencial de los partidos del Gobierno para su aprobación, no es heredera de la de Zapatero, sino de la negativa del Partido Popular a cumplir su promesa de derogarla cuando pudo hacerlo. Y pudo. Tuvo el tiempo, la oportunidad y el apoyo de la mayoría de españoles para evitar que la Historia se reescriba hoy por ley en función del discurso maniqueo ideológico revanchista de una izquierda incapaz de reconocer los innumerables errores que cometió y que obligaron a los españoles a emprender una guerra fratricida. 

Esta es la verdad, y no es relativa, ni poliédrica, ni esas zarandajas. La verdad es que si desde ayer tenemos una ley represiva del pensamiento, de la libertad de expresión, de la libre investigación histórica y que nos exige que eliminemos la ponderación y la justicia a la hora de hablar de los vencedores de aquella guerra apasionada, es porque el Partido Popular lo ha querido así.

Puede que jamás conozcamos los verdaderos motivos que han llevado a los populares a faltar a su promesa de devolvernos a los españoles la libertad de pensamiento arrebatada por Zapatero y descuartizada hoy por Sánchez y sus aliados proetarras y comunistas. La negativa de los sucesivos líderes que ha tenido el PP desde entonces a explicar sus acciones y, lo que es peor, sus omisiones, sólo nos permite sospechar que llegaron a la política no para servir, sino para servirse hasta empacharse.

Hoy, de nuevo, el PP promete corregir las leyes perversas de la izquierda que, para pasmo de tantos, ellos mismos han desarrollado en sus gobiernos autonómicos. Ya no podemos creerlos. Y si no podemos creerlos, lo único que nos queda es obligarlos con la fuerza de los votos a que nos devuelvan la libertad de pensamiento, de expresión y el respeto debido a la indefensa democracia de los muertos a la que todos, tarde o temprano, estamos convocados.

Ellos verán en qué bando quieren estar. Y no será el bando nacional ni el republicano, que a estas alturas es totum revolutum en la inmensa mayoría de las familias españolas, sino el bando de la libertad o el de la represión.

Si eligen otra vez el de la represión, sea por acción o por su especialidad, la omisión, habrá que combatirlos. Ellos verán.

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