«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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4 de abril de 2022

Hungría, el sol ya no sale por Bruselas

Nunca, jamás, en toda la historia reciente, se había visto un ataque exterior coordinado contra el Gobierno democrático de una nación soberana europea como el que ha padecido el Ejecutivo de Viktor Orbán en Hungría los últimos cuatro años. El ataque no sólo ha sido coordinado, sino desmedido. En el conjunto de la Unión Europea, Hungría es apenas una pequeña aldea gala, más pequeña que Castilla y León, de menos de diez millones de personas, con un idioma que debió de salir directo de la maldición de Babel, y una economía normal, con un gran atractivo para la inversión extranjera, pero sin alardes.

De lo que sí que pueden alardear los húngaros, al menos la mayoría más que absoluta de electores que renovó ayer el mandato del partido Fidesz del primer ministro Orbán, es de la defensa cerrada de su soberanía y de su identidad frente a cualquier totalitarismo de un lado u otro de su frontera. Una defensa que nos ha regalado un modelo a seguir a decenas de millones de europeos que compartimos con Orbán y los diputados del Fidesz su amor por la Europa de las Naciones, tan alejada de la Europa de los burócratas y de esa Unión de vendedores de Globalismo en la que se ha convertido Bruselas.

Durante los últimos cuatro años, y aun antes, pero sin duda con la aceleración que los europeos hemos soportado del proceso de sometimiento de la Unión Europea a las agendas globalistas impuestas desde determinadas oligarquías financieras y políticas, Fidesz y el primer ministro Orbán han sufrido la persecución tenaz de los medios de comunicación de medio mundo, quizá de tres cuartos del mundo. Los mismos medios (el pasado fin de semana se emitieron hasta especiales sobre Hungría en cadenas españolas que a duras penas sabrían situar Budapest en un mapa) que mientras etiquetaban a la mayoría social y política húngara con los manidos términos de «ultraderecha», ocultaban las notables mejoras económicas, sociales y educativas impulsadas por Orbán para revertir el daño que ciertas políticas —que se dicen progresistas pero que sólo acentúan la decadencia y la dependencia—, habían causado a Hungría.

En ese desvarío, extramuros de Hungría se ha llegado a acusar a Orbán de los mayores delitos posibles contra la democracia, como ser ‘iliberal’, «homófobo», «xenófobo» y, sin duda la peor acusación ahora mismo, la de «putinófilo». No dejes que la realidad, como la apuesta de Orbán por una amplia bajada de impuestos y la devolución de los tributos a las familias, la lucha documentada del Fidesz contra el régimen comunista por los derechos de los homosexuales, su política de fronteras abiertas para los refugiados ucranianos o las sucesivas y continuas condenas de la invasión ordenada por Putin, le impidan a los globalistas de Bruselas generar sus propios relatos para tapar el desastre de sus políticas, estas sí, iliberales que impiden la libertad de las naciones para defender sus fronteras, su identidad, sus políticas de promoción de la natalidad, sus tradiciones y la pujanza de la revolución del pensamiento conservador de raíz cultural cristiana que Fidesz exporta desde ese pequeño lugar casi perdido en el extremo oriental del la Unión Europea.

Hungría dio una lección al mundo cuando en 1956 se revolvió contra el comunismo soviético. Tras 12 días de libertad, la URSS aplastó con sus tanques las ansias de libertad de un pueblo orgulloso que habría querido evitar que, como canta aquel himno italiano en homenaje a Hungría, el sol siguiera saliendo por el Este. Ayer, con la renovación por cuarta vez consecutiva de la confianza mayoritaria, casi aplastante, de los húngaros en el partido de Víktor Orbán, parece que están dispuestos a luchar para que el sol tampoco salga por el Oeste. Léase, Bruselas.

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