«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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24 de julio de 2023

Inútil

Nunca es un buen momento para la inútil soberbia, pero esta campaña electoral, sin duda, era el peor. La grave situación de España, gobernada por una alianza monstruosa y sacudida por los efectos económicos derivados de la clásica incompetencia de la izquierda para afrontar las crisis, obligaba al acuerdo entre dos partidos bien diferentes como el PP y Vox. El partido de Santiago Abascal entendió la necesidad de un acuerdo patriótico y tendió la mano desde el primer momento al PP, asumiendo incluso una previsible bajada de escaños. A cambio, el Partido Popular sólo debía renunciar a su sistemática apelación al «voto útil» y normalizar la existencia de Vox.

Pero no. Muy por desgracia, en una operación mediática sin precedentes y de catastrófico resultado final, el partido todavía liderado por el exvotante socialista Alberto Núñez Feijoo ordenó a sus medios afines demonizar a Vox para buscar —he aquí la soberbia— una mayoría cercana a lo absoluto que le permitiera gobernar en solitario. Con la ayuda no sólo de sus periodistas afines, capaces de decir una cosa después de haber dicho antes la contraria sin sonrojo alguno, sino de determinadas empresas demoscópicas que nada tienen que envidiar al servilismo del CIS de Tezanos, el Partido Popular generó unas falsas expectativas que, combinadas con la injusta e irreal demonización de Vox, castigado por la farsa del voto útil, movilizaron el voto de las izquierdas y, lo que es peor, desmovilizaron a su propio electorado.

Insistimos: no era el momento para una demostración de soberbia ayusista. España no es Madrid. Era el momento para normalizar la construcción de una alternativa que acabara con el peor Gobierno de la historia del Reino y trabajar, desde posiciones diferentes, para aliviar a España de su pesada carga. Pero el todavía líder del PP redobló la apuesta personal, que no patriótica, y decidió que demonizar a Vox no era suficiente. Durante las últimas semanas, Feijoo y su equipo buscaron, para desesperación de sus bases, los votos de la izquierda. De toda la izquierda. Para ello, el PP se puso en modo socialdemócrata, jactándose (González Pons) de su alianza con el PSOE en Europa, pidiendo gobiernos de concertación (García Margallo) con el socialismo,  hasta haciendo demostraciones públicas de afecto al PSOE (Cuca Gamarra) o usando la mentira en la jornada de reflexión (Moreno Bonilla) contra Vox.

Todo lo anterior, salpimentado con declaraciones inútiles del todavía presidente del Partido Popular, en las que calificaba a la formación de Santiago Abascal como «un socio poco fiable» y declaraba su cercanía a esa ser mitológico que es «el PSOE bueno» mientras se negaba a acudir a un debate con Vox. Al mismo tiempo, Abascal seguía, mitin a mitin, con la mano tendida. Por patriotismo, sin duda. Convencido de que el objetivo final de desterrar al sanchismo era el bien mayor que merecía España aun a costa de determinados sacrificios electorales.

Estos son sólo algunos apuntes de una ensoberbecida campaña de un PP que ha convertido el verano azul prometido por sus medios y sus casas de encuestas en un otoño gris para España.

El objetivo prioritario de Feijoo, rozar los 160 diputados, duró hasta que comenzó el escrutinio. Vox, demonizado, perseguido, insultado y silenciado, pero con un suelo fidelísimo, ha resistido perdiendo sólo 600.000 votos por el efecto del «voto útil» (nunca unas comillas fueron tan necesarias) que de haberse quedado en el partido de Abascal habrían dado la victoria, por pura aplicación de la Ley D’Hont, a esa alternativa que necesitaba España.

El monstruo de Frankenstein sigue vivo sólo porque Feijoo, en su soberbia, no ha querido acabar con él, sino con Vox. Hoy, en esta madrugada aciaga, sólo podemos soñar con una repetición electoral por la debilidad de los partidos golpistas catalanes que, sin embargo, conocen la predisposición de Pedro Sánchez a vender su alma —y la nuestra— a cambio del poder. Si acaso hubiera una repetición electoral, el Partido Popular se tendría que hacer mirar sus prioridades. Por si al todavía líder del PP le ciega la soberbia del perdedor que dice que ha ganado, se las apuntamos: España. Sólo España. Lo demás, como queda demostrado, es inútil.

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