El aplazamiento de las elecciones regionales en Cataluña, decidido de manera unilateral por el capitidisminuido Gobierno autonómico catalán, es una mala noticia objetiva porque certifica hasta qué punto los ciudadanos hemos cedido el control de nuestras vidas a unas administraciones y a unos partidos que, incapaces de garantizar nuestra seguridad, optan por el camino de cercenar la libertad.
Las razones sanitarias argüidas de manera vaga por los responsables autonómicos catalanes para aplazar el ejercicio del voto son fraudulentas. En todo el mundo se han ido celebrando durante estos meses procesos electorales, alguno de ellos mucho más complejo que unas elecciones regionales, y se ha aprendido con previsión, organización y gestión, se garantizan las condiciones para que la democracia siga su curso y los ciudadanos no seamos rehenes de decisiones autoritarias partidistas y electoralistas.
Es cierto que pedir previsión, organización y gestión a los partidos nacionalistas que han fracturado Cataluña y a la coalición socialcomunista que desgobierna y paraliza el conjunto de España, responsable (o incluso corresponsable) de la muerte de más de 80.000 personas y de la ruina de cientos de miles de familias, parece un ejercicio inútil, pero no debemos ceder ante el desánimo de pensar que lo que hay es lo único que podemos conseguir.
La prueba del nueve de todo lo que acabamos de escribir la encontramos en la oposición del Partido Socialista al aplazamiento de las elecciones. Que el mismo ministro de Sanidad que ha dado pruebas más que evidentes de su incapacidad y que ha logrado esquivar la investigación judicial gracias a la subordinación servil de la Fiscalía General del Estado, sea el cabeza de lista de los socialistas en esa elección para aprovechar su tirón político (?) es todo un déficit democrático en sí. Pero que Salvador Illa se oponga al aplazamiento de las elecciones catalanas nos habla de la desvergüenza del Gobierno de la Nación, de la complicidad de los medios de comunicación públicos y subvencionados que mantienen a los españoles paralizados por el miedo a la enfermedad y a la miseria, pero también nos habla de hasta que punto las decisiones de gestión en la pandémica y enlutada democracia española se han tomado y se siguen tomando por cálculos electoralistas.
El día que podamos volver a votar, no deberíamos olvidarlo.