Jamás en toda la historia de la ya-no-tan-joven democracia española, habíamos visto un Gobierno incapaz de articular un discurso al menos coherente, aunque sólo fuera desde el punto de vista ideológico, frente a la realidad, que es lo mismo que decir frente a la verdad. No repetiremos todo lo que los desmoralizados españoles, da igual si de izquierdas o de derechas —o ultraderechistas si protestan— padecen. Baste con decir que en las dos jornadas de resistencia activa en las calles, el sábado con la convocatoria de VOX y del sindicato Solidaridad frente a los ayuntamientos de toda España, y ayer, domingo, con la gran manifestación del campo español en Madrid, no hemos escuchado ni una sola mentira, sólo discursos de honda preocupación ante la parálisis que incapacita al ya de por sí incompetente Ejecutivo de Sánchez.
Y lo es, incompetente, no sólo por la raquítica categoría de los miembros del Gobierno—el ministro comunista de Consumo, Alberto Garzón, como ejemplo perfecto de la degradación de la izquierda española—, sino porque es un Ejecutivo que es reo de la concienzuda demolición de España que ellos mismos pusieron en marcha cuando llegaron al poder y que es la continuación del desastre que inició Zapatero y que el centro economicista no quiso arreglar.
Entre unos y otros, tras dos años de pandemia reina hoy un estado de desmoralización evidente en la mayor parte de la sociedad española, que se siente incapaz de reaccionar, ni siquiera cuando es víctima de un saqueo permanente —no sólo identitario, sino también económico— que haría palidecer al sheriff de Nottingham.
La buena noticia es que esa parálisis sólo ocurre en la mayor parte de la sociedad española. Este fin de semana se ha visto que hay una inmensa minoría que crece deprisa y que exige que el dinero de nuestros impuestos se destine a lo importante y no a planes de destrucción de España, agendas veintetrentistas y feminismos de tercera ola.
Esta inmensa minoría social comparte ya con el partido de Santiago Abascal la estigmatización del disidente puesta en marcha por este Gobierno y sus altavoces mediáticos. El campo, el mundo rural, los agricultores, los cazadores, los transportistas, los pescadores que amarran sus barcos, los pequeños y medianos empresarios, los industriales, los pequeños accionistas y cada una de las personas que se han visto abocadas a pedir comida en los comedores sociales, comprenden ahora que para las oligarquías políticas y financieras apenas somos meros siervos de la gleba, paganinis de la fiesta del gasto de la izquierda política. Esa inmensa minoría es lo que el Gobierno, en su desvarío, etiqueta como ultraderechista y, en un pirueta ridícula, como cómplice de Putin. Jamás, repetimos, jamás habíamos visto a un Gobierno insultar de esta manera a los españoles a los que desgobierna.
Después de este fin de semana, y después de escuchar que ni el campo, ni los transportistas, ni VOX, ni el sindicato Solidaridad, ni ese larguísimo etcétera de deplorables, rendirán las calles, cualquier comité de expertos (hasta uno inexistente de esos a los que tan aficionado es Pedro Simón), alertaría al Gobierno sobre su caducidad. Ni la cogobernanza ni las apelaciones estériles a Europa lo salvará.
Sánchez tiene poco tiempo antes de que esa inmensa minoría se convierta en un clamor mayoritario. Ni todo su enorme poder mediático heredado de la villanía de Zapatero y la dejadez de Rajoy lo impedirá. En interés de España, y no en el interés de Davos, y también en el interés del futuro de la izquierda, cuando antes reconozca su incompetencia y convoque elecciones, mejor.