El juicio, otro, que se celebra estos días en Argentina contra la gigantesca trama de corrupción creada por el difunto presidente Néstor Kirchner y su mujer, la expresidente y hoy vicepresidente del Gobierno, Cristina Fernández, resulta de una importancia extraordinaria, no por conocer el grado terrible de corrupción que ha soportado y soporta Argentina, sino porque no tiene efecto alguno. Nada. Cero.
Las pruebas presentadas por la Fiscalía argentina sobre el saqueo sistemático, planeado y multimillonario de las arcas públicas por parte del socialismo kirchnerista no han provocado manifestaciones que paralicen la vida argentina, el New York Times no ha considerado que sea una noticia que merezca la pena ser impresa y la supuesta oposición macrista, el centro centrado, pastelea y pide que nos ocupemos de las cosas importantes.
Mientras tanto, en otras partes del mundo, un primer ministro conservador británico es obligado a dimitir por un par de fiestas irresponsables.
En una operación que ha llevado décadas y que debería ser estudiada en profundidad, el socialismo de toda la Iberosfera ha conseguido que la corrupción, la suya, no sea relevante. Argentina sólo es hoy un ejemplo perfecto de construcción de una gigantesca y sólida Ley del Embudo que reserva su lado más estrecho, del tamaño del ojo de una aguja, a la corrupción derechista, y su lado más ancho, por el que cabría el HMS Titanic, para las corruptelas de las izquierda. Corrupciones no sólo económicas, sino que incluyen su inutilidad y su negligencia criminal a la hora de gobernar naciones en crisis.
No estamos hablando de cuatro trajes o de una cuenta en Suiza de un corrupto gerente de partido, sino de, como asegura la Fiscalía argentina, matrices de corrupción socialista «que han generado un perjuicio económico y social inconmensurable al Estado». Hay otros ejemplos en otros países de ese mismo saqueo: caso ERE, Odebrecht, Lava Jato…
Desde el momento en el que la opinión pública —y la subvencionada publicada— consiente la corrupción de la izquierda por ser de la izquierda; desde el momento en el que Cristina Fernández no ha sido destituida fulminantemente; desde el preciso instante en el que un corrupto como el brasileño Lula da Silva puede volver a aspirar a ser presidente o desde el minuto exacto en el que Pedro Sánchez disculpó a los cabecillas socialistas andaluces de la mayor trama de saqueo de fondos públicos de la historia de España… desde cualquiera de esos instantes, la puerta de nuevas corrupciones socialistas —económicas, políticas, morales, judiciales y cualquier tipo de abuso de poder— quedó abierta de par en par.