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29 de diciembre de 2021

Márchese, doctor Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presenta el informe de rendición de cuentas del Gobierno de España correspondiente a 2021 (Eduardo Parra / Europa Press)

Resulta evidente para cualquiera que el Gobierno de Pedro Sánchez hace mucho tiempo que arrojó la toalla en la lucha contra la pandemia. Los clamorosos errores de los primeros meses —errores que nos nos cansaremos de repetir que deberían ser investigados pos los tribunales de Justicia para apartar cualquier sombra de negligencia criminal— condujeron pronto a la famosa cogobernanza con las Comunidades Autónomas, que es un eufemismo de la más perfecta expresión «pasar la patata caliente a las autonomías y que arreen».

Desde ese día, no tenemos noticias de que el Gobierno haga algo para paliar los efectos sanitarios y los económicos que ha traído el virus exportado por China al mundo. Ni siquiera, por más que se esfuerce el doctor (?) Sánchez, puede jactarse de haber comprado las vacunas, algo que hizo la Comisión Europea en nombre de todos los Estados miembros. Cual George W. Bush en la cubierta de un portaaviones declarando terminada la guerra en Irak, hace ya año y medio que Sánchez engañó a los españoles al asegurar que el virus había sido vencido. La realidad es otra, como todo el mundo sabe, padece o, lo que es peor, teme.

Habrá quien dirá que, conocida la incompetencia habitual de los socialistas para solucionar los problemas reales de los españoles (ni de los inventados), mejor que el Gobierno no haga nada. Y aunque es una tentación formidable, no podemos dejar de alertar sobre la situación crítica en la que se encuentra la igualdad de los españoles.

La igualdad es, junto a la libertad, los principios constitucionales en los que se basa un Estado social y democrático de Derecho. Si esos pilares son endebles, todo el sistema tiembla. Que haya taifas nacionalistas a los que esos principios se las traen al pairo, y eso es un hecho constatable, no hace sino conminar al Gobierno a recoger la toalla arrojada y a velar, desde un mando único, por la salvaguarda de nuestro sistema de convivencia.

Salvo que al Gobierno se la traiga también al pairo la igualdad y la libertad de los españoles. Que, por lo que parece, eso es lo que sucede.

La comparecencia de hoy del presidente Sánchez para rendir cuentas de su desgobierno, y en la que sólo admitió las preguntas de los medios adictos (¿qué diferencia ética hay entre eso y negarse a responder a un periodista en el Congreso?), fue un canto cursi lleno de palabras grandilocuentes acerca del empuje legislativo del Gobierno para transformar Estepaís (antes, España) siguiendo los dictados de la Agenda 2030.

De la pérdida de soberanía que significa aceptar los postulados de una agenda globalista no escrita por españoles, ya hablaremos en otro momento y en otro editorial. Lo estúpido es enfocar la acción de Gobierno en otra cosa, hoy, que no sea la salvaguarda de nuestros temblorosos principios constitucionales, la recuperación económica —somos el país de la Unión Europea que peor gestiona los estragos económicos de la pandemia en términos absolutos y relativos— y en tratar de recuperar la confianza perdida de los españoles, sobre todo de nuestros mayores, en las instituciones.

No son tiempos de agenditas supranacionalistas ni de reducir la brecha digital u otras melonadas. Basta de tonterías. Son tiempos de recuperar el campo, protegiendo los productos españoles frente a la competencia desleal de países amigos exteriores de desiertos no tan lejanos. Tiempos de darle sentido al Ministerio de Sanidad y asumir que hay autonomías que no saben gestionar ni el miedo ni sus centros de atención primaria. Tiempos para elevar el nivel educativo con el que las futuras generaciones tendrán que levantar un país empobrecido, no de rebajarlo hasta límites colindantes con la vergüenza ajena. Tiempos de apoyar a las pequeñas empresas y a los autónomos, no de ordeñarlos como escurridas vacas lecheras. Tiempos para hacer la vida más agradable a nuestros transportistas y a nuestro personal sanitario. Tiempos para elevar la capacidad de respuesta médica de nuestras Fuerzas Armadas. Tiempos para contener el gasto político inútil que sólo genera clientelismo. Tiempos para mando único y no para esta cogobernanza que ha generado una enorme desconfianza entre españoles de distintas regiones y en los que una raya pintada en el suelo de la nación significa la diferencia entre la libertad y el sometimiento a leyes injustas.

Tiempos, en suma, para trabajar en firme por la nación y no para dar ruedas de prensa más cursis que un lazo con repollo sobre agendas extranjeras que lo desconocen todo de España a periodistas adictos. Tiempos de Agenda España.

Y sobre todo, tiempos para rendir cuentas con sentido de Estado, reconocer que su persona es un presidente inútil y que su acción de gobierno es peligrosa para los principios constitucionales y la convivencia entre españoles. Y tranquilo, que por sus extraordinarios servicios a la nación, tendrá pensión vitalicia y una medalla de la Orden de Carlos III. O dos. O mil. Las que hagan falta. Pero márchese, doctor (?) Sánchez.

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