Es justo reconocer que, en la Ćŗltima dĆ©cada, el cine espaƱol ha logrado elevar el patĆ©tico nivel al que nos tenĆa acostumbrados. Con esporĆ”dicas excepciones, desde hacia demasiado tiempo que la industria cinematogrĆ”fica se habĆa instalado en una mezcla de insustancialidad, chabacanerĆa y adoctrinamiento ideológico. Este Ćŗltimo, alentado con manifiesta desvergüenza por el poder polĆtico con el dinero de nuestros impuestos.
De alguna manera, el cambio en la forma de ver pelĆculas que ha supuesto la llegada de las plataformas de transmisión de contenidos a nuestros hogares ha obligado al cine espaƱol a competir por el espectador y menos por la subvención. El resultado es, nunca mejor dicho, visible. Aunque padecemos todavĆa producciones subvencionadĆsimas de un mal gusto y una frivolidad rampantes, hoy disfrutamos de mejores historias, guiones mĆ”s perfectos, mĆ”s creatividad, actores mĆ”s sólidos y algo menos de politiqueo barato.
Pero (y en esta ocasión la conjunción adversativa no anula nada de todo lo anterior), el cine espaƱol sigue obcecado en el error de convertir cada aƱo la gala de sus Premios Goya en un espectĆ”culo aburrido. Larga hasta la desesperación, sin gracia ni ritmo, y en la que la mayorĆa de los premiados se empeƱa en aprovechar su pequeƱo momento de gloria para darnos a conocer, como si fuera relevante, sus filias y fobias polĆticas. Filias, por otra parte, ya conocidas y que alcanzaron la cumbre de la desvergüenza en aquel sindicato de la ceja de infame recuerdo.
Por supuesto, todos ellos tienen el derecho, faltarĆa mĆ”s, a ser o a aparentar ser digamos que progres. Unos cuantos con cuentas en paraĆsos fiscales, pero progres. Otros que han impuesto un muro de silencio indigno en torno al me too espaƱol, pero progres. Otros que salen de la Ruber Internacional para ponerse al frente de manifestaciones por la sanidad pĆŗblica, pero progres.
Sin embargo, cuando sus discursos, y sobre todo en un sĆŗper aƱo electoral como este, son en su inmensa mayorĆa una copia pĆ©trea de los argumentarios de sus partidos subvencionadores favoritos āmucha defensa hipócrita de la sanidad pĆŗblica, el feminismo y la subvención y ni una queja por la suelta de decenas de delincuentes sexualesā, desearĆamos que la Academia del Cine contratase al actor inglĆ©s Ricky Gervais para que repita aquel discurso que dio la Ćŗltima vez āliteral, nunca lo volvieron a llamarā que presentó la ceremonia de entrega de los Globos de Oro en Hollywood. Un discurso que sirvió para modificar, para bien, el tradicional comportamiento, tambiĆ©n progre, tambiĆ©n sectario, de los actores estadounidenses.
Dijo entonces el por otra parte cĆnico de Gervais: Ā«Si ganĆ”is un premio esta noche, no lo usĆ©is como plataforma para hacer un discurso polĆtico. No estĆ”is en condiciones de dar una conferencia al pĆŗblico sobre nada. No sabĆ©is nada sobre el mundo real. La mayorĆa pasasteis menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. AsĆ que si ganĆ”is, subid, aceptad vuestro pequeƱo premio, dad las gracias a vuestro agente y a vuestro Dios e idos a tomar porā¦Ā».
Sin duda podrĆa haberlo dicho de una manera mĆ”s elegante, pero el mensaje debe ser ese. QuizĆ” el aƱo que viene la ceremonia de entrega de los Premios Goya eleve por fin el nivel que ya ha elevado el cine espaƱol y rebaje el politiqueo. Lo dudamos, claro. La experiencia aquĆ es un grado. Pero como dijo Escarlata con los ojos arrasados en lĆ”grimas en aquel inolvidable final de Lo que el viento se llevó: Ā«DespuĆ©s de todo, maƱana serĆ” otro dĆaĀ».Ā