«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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EDITORIAL
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6 de junio de 2022

Nigeria o la hipocresía de Sánchez

Conocemos bien una parte del precio que los españoles hemos pagado por el empeño personal e ilegal del presidente Sánchez de virar nuestra política exterior hacia la rendición de la antigua provincia española del Sáhara en beneficio de las ansias imperialistas de Marruecos. De lo que sabemos hasta ahora, el mayor coste es la pérdida del trato privilegiado que recibíamos de Argelia, nuestra gran suministradora de gas, que ha variado sus afectos (que sólo son sus intereses) en beneficio de Italia por la traición española.

Esta descabellada jugada del autócrata que nos gobierna, y que pagaremos todos los españoles —menos él y unos pocos de los suyos—, en la factura del próximo y crítico invierno, llevó a su Gobierno a buscar nuevos acuerdos en otros mercados africanos, entre los que destaca Nigeria. El país centroafricano aspira desde hace tiempo a que la exportación de sus ingentes reservas de gas —noveno reservorio gasista del mundo—, sea el vector de su desarrollo económico. Nada que objetar, si no fuera por un pequeño, minúsculo y casi imperceptible detalle: en Nigeria, un país musulmán y cristiano casi a partes iguales, hay una persecución feroz, consentida y hasta tutelada por las autoridades, contra los cristianos.

Esta persecución en forma de asesinatos diarios y matanzas como la que ayer acabó con la vida de más de 50 personas —mujeres y niños incluidos— en un ataque perpetrado por islamistas a la iglesia de San Francisco Javier, en el estado suroccidental de Ondo, es equiparable a la que se vive en determinadas zonas de Asia, pero por desgracia no abre los telediarios ni es noticia de primera plana en los periódicos subvencionados. Tampoco, por supuesto, es considerado relevante por el Gobierno de Sánchez y los partidos del consenso, los mismos que se envuelven en la heroica bandera ucraniana o se se dan golpes de pecho por la matanza llevada a cabo por un perturbado en un colegio de primaria de Texas, pero que son incapaces de demostrar la menor empatía por la suerte de los cristianos perseguidos a causa de su fe en todo el mundo. A esto se le llama hipocresía, y es, por desgracia, una constante en las relaciones internacionales.

Rara vez esta hipocresía se revela con tanta claridad como el anuncio efectuado por el Gobierno de Sánchez la semana pasada de un paquete de ayuda a la cooperación en Nigeria por valor de más de 1.700 millones de euros de nuestros impuestos y el compromiso de impulsar las inversiones de empresas españolas en suelo nigeriano. Todo esto, a cambio de gas y petróleo. De la protección a los derechos de la inmensa minoría cristiana que es el 45 por ciento de la población nigeriana, ni una sola palabra. Silencio absoluto.

A estas alturas de la Historia, hay muchos motivos para considerar que el factor de lo moral es algo que siempre está fuera de la agenda de los gobiernos. En el caso de España, nuestra sumisión a determinadas dictaduras árabes —Catar, ese país democrático que diría el todavía entrenador del Barcelona, Xavi Hernández—, a regímenes comunistas como China y a tiranías antillanas como Cuba, la cabeza de la serpiente del socialismo del siglo XXI en la Iberosfera, nos avergüenza al comprobar que somos otro de esos países que presume de valores que esconde en un armario cada vez que sale de los muros de Occidente.

Una política exterior española en la que los valores no sean una colección de recursos hipócritas para mero consumo electoral y en la que se exija la defensa de los cristianos en el mundo islámico, es una necesidad ética. Para eso, sin duda, lo primero será deshacernos de ese sepulcro blanqueado que es el socialismo y de todas sus confluencias, capaces de rasgarse las vestiduras por la injusta muerte de un delincuente como George Floyd, y no mover un músculo por el asesinato en Nigeria, sólo en 2021, de un número de cristianos muy similar al de civiles muertos en la invasión de Ucrania.

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