«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
EDITORIAL
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16 de agosto de 2022

Nihilismo contra cristianismo

Fotografía compartida por los inmigrantes ilegales en un grupo de Facebook.
Fotografía compartida por inmigrantes ilegales en un grupo de Facebook. La Gaceta de la Iberosfera

Cuando durante la cumbre de la OTAN de finales de junio el presidente del Gobierno español admitió por primera vez que la inmigración desordenada en la Frontera Sur era una seria amenaza, lo celebramos. No sabíamos cómo ni por qué había llegado Pedro Sánchez al diagnóstico correcto. Descartada la epifanía fruto de la lectura reposada o que alguno de sus más de 1.800 asesores pagados con nuestros impuestos le hubiera dicho una verdad desideologizada, desconocíamos si la revelación obedecía a alguna orden supranacionalista o a un chantaje de alguien con acceso al teléfono presidencial. Pero tampoco nos detuvimos a analizar. Son tan escasas las veces que un socialista español dice algo sensato, que nos limitamos a regocijarnos en nuestra buena suerte.

Sin embargo, no ha habido que esperar mucho hasta ver la la cara amarga de aquel golpe de fortuna. Las informaciones que está publicando La Gaceta de la Iberosfera con datos reales sobre la llegada masiva de inmigrantes a las costas españolas, y no sólo a ellas, sino al resto de las costas europeas, indican que la más que probada ineptitud de Sánchez —y de su Gobierno, comenzando por la ministra de Defensa, Margarita Robles—, demostrada en pandemias y crisis energéticas, ha alcanzado las cotas más altas de incompetencia. Unas cotas que se alcanzan cuando se cumplen tres condiciones: que alguien sea consciente de un problema, que tenga los medios para resolverlo y que el problema se agrave.

Es cierto que Sánchez no está solo en esto. Las noticias de que ante el aumento brutal en la oferta, los viajes clandestinos para inmigrantes ilegales a través del Canal de la Mancha se han abaratado al máximo, nos obliga a incluir en el club de los inútiles a otros primeros ministros europeos —Emmanuel Macron como epítome— que también son conscientes de los peligros de la inmigración desordenada de origen islamista y ya no son capaces de atajar el problema después de décadas de buenismo institucionalizado y efecto llamada masivo.

Es sabido que las invasiones bárbaras que sufre Europa son parte esencial de la decadencia de Occidente porque son fruto de la hegemonía del nihilismo —es decir, la propia negación del valor moral de Occidente— sobre la cultura cristiana. Poco podemos esperar de políticos tan descabelladamente nihilistas como los que nos desgobiernan en la Europa de los burócratas, pero sí que pensábamos que algo diría, algo haría, aquella que en potencia debería tener el mayor interés en que el cristianismo no sea derrotado.

Nos referimos, claro está, a la Iglesia Católica.

Sabemos que las autoridades eclesiásticas son conscientes de los peligros de la convivencia del nihilismo con el islamismo y, sin embargo, no usan los medios de los que dispone —comenzando por una voz más poderosa que cientos de divisiones— para frenar la decadencia de Occidente, que es la propia decadencia del cristianismo. Y es entonces cuando nos planteamos si acaso la suma incompetencia ha llegado por ósmosis política al seno de una Iglesia Católica que conoce el problema, tiene los medios y es incapaz de recordar que su reino (suyo de ella, no de Él) sí es de este mundo.

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