En estos dos días que han pasado tras la final de la Liga de Campeones —enhorabuena al Real Madrid, rey 14 veces coronado de Europa—, ha ocurrido un hecho notable por excepcional. Periodistas de todo el mundo que vieron y sufrieron las consecuencias del multiculturalismo en una Zona Urbana Sensible —ese eufemismo hípercursi para rebautizar una no-go zone— como es el barrio parisino de Saint-Denis en el que se encuentra el estadio de la final, volvieron a sus redacciones… y lo contaron.
También lo contaron en las redes sociales miles de aficionados españoles y de ingleses, de todas las ideologías, que padecieron la incapacidad de la Policía francesa y de la organización de la UEFA para hacer frente a las partidas de magrebíes que provocaron el caos entre los seguidores, o bien cobrándoles una especie de impuesto revolucionario para que sus automóviles no fueran vandalizados, o bien robándoles, acosando a las aficionadas, abusando de ellas o provocando tapones descomunales en las puertas de acceso en su intento de colarse.
Como decimos, lo novedoso no es que en el barrio de Saint-Denis haya manadas de inmigrantes magrebíes de primera, segunda, tercera o cuarta generación que han convertido sus calles —y por extensión, París— en una cochambre insegura. Lo novedoso es que miles de personas que en su inmensa mayoría jamás habían tenido contacto alguno con los beneficios del multiculturalismo, han contado con profusión de detalles lo que vivieron, lo que padecieron y, algunos, las bofetadas que tuvieron que repartir. Y esa peripecia coincide con lo que unos pocos medios, muy pocos, venimos contando sobre las no-go zones desde hace ya mucho tiempo aun a riesgo de ser suspendidos de las redes, expulsados del sistema o etiquetados como ultraderechistas. En resumen: París ya era esto.
Pero a esta novedad, la de que miles de personas, periodistas deportivos y aficionados, nos den la razón sobre los enormes problemas de seguridad y de convivencia que genera la inmigración masiva y desordenada de corte islamista en las grandes ciudades europeas, se le ha unido en las últimas horas la curiosa derivada de ver cómo la izquierda política y el centrobuenismo han salido en masa, como si estuvieran organizados, a recriminar a esos mismos periodistas y aficionados que caminaron por las calles de Saint-Denis, que lo cuenten «porque dan la razón a Vox». Y eso, por lo que parece, está mal. La izquierda y sua aliados del centro no quieren permitir que la realidad, la verdad, los hechos contrastados y los vídeos que circulan en las redes sociales, les estopeen su fantasía multicultural y sus espacios inclusivos.
Ha empezado una campaña feroz para culpar a los aficionados ingleses —presa fácil por el rastro histórico que van dejando de alcohol, violencia y desórdenes— del caos vivido en la final de la Liga de Campeones. Por más que los ingleses tengan lo suyo, culparles de lo ocurrido el sábado no será justo. La Uefa y las autoridades francesas se pasarán durante los próximos días la responsabilidad de una organización desastrosa que cerró los ojos a los problemas inherentes a la decisión —¿quién fue el lumbreras?—, de celebrar una final de Champions en una no-go-zone como Saint-Denis. Problemas inherentes y más que publicados por mucho que haya quien prefiera creer a Macron, a Von der Leyen, a Conte o a Sánchez y fingir que la integración del islam en el corazón de la vieja Europa cristiana (y también frívola, bohemia y libertina) funciona de maravilla.
Bienvenue à tous dans la vérité.