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28 de octubre de 2022

Presupuestos Particulares del Gobierno

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez y la número dos del partido y ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero (Marta Fernández / EP)

En algún momento de su licenciatura de Económicas, o incluso en alguna tutoría del doctorado que se dice que han oído que se comenta que podría tener, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, debería haber aprendido que un Estado que se dice social y democrático de Derecho tiene órganos consultivos en materia económica a los que conviene atender con la gravedad que requiere ser el responsable de la política fiscal y económica de una nación.

A la vista de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) que ha presentado el Gobierno para su aprobación en Cortes, resulta más que evidente que, para nuestro infortunio, el presidente hizo novillos el día que tocaba clase de ética. Porque es la ética lo que falla en unos Presupuestos que no son Generales ni del Estado, sino los Presupuestos Particulares del Gobierno.

Redactados sobre los cimientos de las mentiras acumuladas en los últimos años (de «no podría dormir si pactara con Podemos» a «no habrá más de uno o dos casos de covid» pasando por «la inflación será un fenómeno pasajero»), la política fiscal del Gobierno sanchocomunista dice ahora proteger a las clases medias trabajadoras a las que mantiene empobrecidas cuando la verdad es que ha alineado los PGE con los Objetivos de Desarrollo Sostenibles —emergencia climática, inmigracionismo, feminismo de cuota y ese largo etcétera de insensateces— que marcan agendas ideológicas ajenas a los problemas de esa misma clase media depauperada y vulnerable a la que este Gobierno del derroche le ha llegado a pedir que compre mantas para pasar el invierno.

Por desgracia, el doctor (?) Sánchez no tendrá serios problemas para aprobar estos PGE. Los tendría si dentro de esa cabeza entendiera que lo primero es España y los españoles. Una cesión a los proetarras por aquí, un rebaja del delito de sedición por allá, más dinero para políticas identitarias de la extrema izquierda y más deuda por doquier, y Sánchez podrá disponer del dinero de nuestros impuestos para asegurarse un primer semestre de presidencia rotatoria de la Unión Europea a mayor gloria de su narcisismo congénito, bien reforzado por ese séquito de corifeos mediáticos y por las grandes corporaciones que hacen cola en la puerta del Palacio de La Moncloa para recibir sus dádivas a cambio de lisonjas. Lo que no hay es cola de autónomos y asalariados, que sólo han recibido, recibien y recibirán subidas de impuestos y facturas hinchadas por la dependencia energética en la que chapotean felices el socialismo y el moderantismo.

Todos los órganos consultivos del Estado, desde el Banco de España a la Airef, han alertado con lealtad al Gobierno sanchocomunista de que sus Presupuestos son descabellados por irreales e irrealizables, que es de manera exacta lo que pasa en España cada vez que el socialismo se hace con el poder.

A las puertas de la jubilación de la generación del baby boom, con una inflación —la real— que difiere muchísimo de la publicada; con más de 70.000 empresas privadas destruidas en los dos años de pandemia, las previsiones de gasto público son inauditas.

No hay manera de que el Gobierno (este y los anteriores como aquel de Rajoy y Montoro que se jactaba de haber adelantado por la izquierda a la izquierda), acepten que España necesita un repaso a fondo de la gestión derrochadora de su sector público.

La bendita austeridad que reclama la España normal no significa gastar menos en lo imprescindible. Bien al contrario. La pandemia o plandemia ha revelado que la Sanidad española necesita un plan de refuerzo extraordinario, igual que el inestabilidad mundial y la vulnerabilidad de nuestra Frontera Sur aconsejan gastar más en el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas y de nuestra industria de Defensa. La austeridad significa acabar con el gasto inútil que chorrea por cada una de las páginas de los PGE.

Pero he ahí el intríngulis. Lo que para cualquier persona honrada y sensata es un gasto inútil, para los partidos del Gobierno Frankesntein es de una utilidad extraordinaria porque alimenta sus redes clientelares y protege la sumisión de nuestro sector público a los dictados de esas agendas supranacionales en los que ellos, los políticos del consenso, y no nosotros, la España que madruga y la que de verdad no duerme, esperan retirarse a vivir la vida milonga.

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