Hipocresía, el nombre exacto de la cosa. Ese sustantivo condensa la posición internacional del Gobierno de España que por un lado condena la invasión rusa de Ucrania, y por el otro pide el fin de las sanciones a Rusia. Que lo haga desde las posiciones del PSOE en esa reunión de dictadorzuelos que es el Grupo de Puebla, la sucursal de la Internacional de la Miseria que es el Foro de Sao Paulo, nos da la medida del inmoral-al-mando que padecen los españoles.
Es cierto que las compungidas declaraciones de Sánchez, ese presidente que no querría tener un Ministerio de Defensa, engañarán a unos cuantos con la ayuda inestimable de los medios de comunicación. De sus medios adictos y de los que hace tiempo ya no apelan a la intelijencia para escribir el nombre exacto de las cosas. Pero es mucho más cierto que la propaganda de Sánchez no confundirá a nuestros socios y aliados. La posición de Sánchez, experto en dobleces, agudiza la irrelevancia internacional de España y la convierte en un país sospechoso del que se debe desconfiar. Sólo podemos lamentar lo que va a costar para la tan dañada reputación de España este juego inmoral de ponerle una vela a la OTAN y otra, a Putin.
El hecho cierto es que Rusia ha comenzado una invasión de un país reconocido y soberano para modificar con su abrumadora fuerza militar las fronteras de Ucrania. Las razones de Vladimir Putin son apenas eso: sus razones, y chocan con estrépito con el Derecho Internacional. Sancionar a Moscú no es debatible. La condena de una invasión ofensiva que causa muerte, destrucción y miedo, es lo justo. Apoyar a Ucrania es lo correcto. Los actos debe tener consecuencias si no queremos que mañana, u hoy mismo, el mundo se convierta en un lugar más inseguro en el que la mera fuerza bruta en combinación con la parálisis de las grandes alianzas militares de un Occidente en decadencia acaben con un orden internacional que, con sus más y sus menos, alejó la sombra de la guerra. Si hoy el mundo libre no hace nada, Ucrania no será el último país que vea invadida su soberanía y España, muy por encima de otras naciones, debería poner las barbas de su integridad nacional a remojar.
Además de con los sicarios del comunismo iberoamericano, Sánchez cuenta con la ventaja de que el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, es un inútil que ha dilapidado todos los esfuerzos del secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, por recuperar la confianza en el liderazgo —determinación en la defensa de unos valores— de los Estados Unidos. Cuenta también con la parálisis de los burócratas de la Unión Europea hace tiempo que renunciaron a defender las fronteras de sus propias naciones, como para defender la de un país cercano pero ajeno…
Cuenta Sánchez también, por desgracia, con el todavía líder del PP que, en sus horas más oscuras, no parece tener el sosiego necesario, ni el liderazgo preciso, para comprender que apoyar sin condiciones la hipócrita posición del socialismo español en esta invasión es un sinsentido de Estado.
Nada de todo eso será suficiente para ocultar el hecho conocido —por millones de españoles y cada día, más—, de que a España la gobiernan sus enemigos. Pero no solos, sino en compañía de lo peor de la Iberosfera.