La grave crisis provocada por el Gobierno bielorruso de Alyaksandr Lukashenko al empujar a miles de inmigrantes importados por Minsk desde Oriente Medio contra la frontera de una nación soberana como Polonia, es un atentado contra la UE y contra la nación que defiende una parte esencial de la Frontera Este de la Unión. Punto.
A pesar de puntos y aparte, la penosa realidad es que no alcanzamos a comprender qué diferencia sustancial hay entre la provocación de la dictadura prorrusa de Lukashenko y la presión de Bruselas para que Polonia se pliegue a las estúpidas políticas migratorias del consenso progre que domina las instituciones europeas. Sólo los métodos de Lukashenko, el edecán favorito de Putin, difieren de los de Ursula von der Leyen o Charles Michel. El fin, que es el de doblegar a Polonia y forzar al Gobierno de Mateusz Morawiecki a renunciar a su decisión soberana de resistencia frente a la inmigración islamista, es el mismo.
Es esta guerra fría entre Moscú y la UE —y en la que Putin no ha enviado señal alguna de distensión a pesar de las vergonzosas súplicas del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell—, Bruselas no parece darse cuenta de hasta qué punto sus compromisos globalistas y su política de sumisión migratoria trabajan en contra del proyecto común europeo, del proyecto que fue y que debería volver a ser: el de las naciones soberanas trabajando juntas en defensa de la Civilización Occidental y por la seguridad y la prosperidad de los europeos.
En esta guerra de la que Moscú es culpable y Bruselas, responsable, los europeos sólo podemos perder, y sólo perderemos, hasta el día en el que los burócratas bruselenses reconozcan que Polonia tenía razón. Decenas de millones de europeos, en todos los países fronterizos de la Unión desde Hungría a España y desde Italia a Grecia, ya lo han comprendido. Ahora sólo falta que los globalistas y sus medios de comunicación, faros del buenismo, dejen de llamar crisis de refugiados a lo que es una invasión migratoria organizada en despachos y en desiertos no tan lejanos. Una invasión contra la que sólo cabe defenderse donde todas las naciones se defienden: en las fronteras.