Después de 13 meses largos de estados de excepcionalidad con una población que en su inmensa mayoría —gobernantes y portavoces aparte—ha sido responsable, leal, disciplinada, solidaria y paciente, el próximo 9 de mayo, con el fin de un estado de alarma que jamás sabremos si es inconstitucional (vergonzoso Tribunal Constitucional), será el momento de poner pies en pared y decir que basta ya.
No nos cabe la menor duda de que esa misma sociedad que ha sido responsable muy por encima de las conductas de sus políticos, seguirá siéndolo. El próximo 9 de mayo, sin estado de alarma, continuará usando mascarillas, geles hidroalcohólicos, mantendrá la distancia social y seguirá —tranquilos, lehendakaris de todas las autonomías— chocando puñitos o dándonos ridículamente el codo evitando esos abrazos y besos que echamos tanto de menos. Seguirán los españoles entrando de uno en uno en los pequeños comercios y seguirán los cajeros de los supermercados protegidos y protegiéndo a sus clientes detrás de mamparas de metacrilato. Tranquilos, no irán al fútbol. Total, para lo que va a quedar, ya si eso en septiembre y si no, será en octubre. Se quedarán en casa a la hora del partido y aguantarán, con la paciencia y la responsabilidad que decíamos antes, los engolados comentarios de Valdano mientras ven pasar sábados y domingos tediosos de Netflix. Seguirán los universitarios, para su desgracia y la nuestra, en sus clases virtuales, dejándose los ojos para aprender Histología o Civil II en la pantalla de un ordenador. No irán a la Feria del Libro ni harán cola para que un masterchef les firme un libro de recetas y ante un contacto estrecho, se atrincherarán en casa o seguirán dejándose el dinero que no tienen en PCR y test de antígenos que nadie sabe si sirven, pero que es lo que hay.
No lo duden, políticos de la cogobernanza: a pesar del vergonzoso plan de vacunación, la abrumadora mayoría de los españoles y cuantos en España habitan, harán cola en los centros de vacunación cuando les toque para recibir vaya usted a saber qué vacuna y todavía, porque los españoles son educados, darán las gracias. A partir del 9 de mayo, todo seguirá más o menos como está ahora. Incluso los periódicos y las televisiones subvencionadas seguirán publicando noticias estúpidas y alarmistas sobre un caso entre un millón esperando que la golondrina del miedo haga verano, que lo hace y así, además, a lo mejor, se olvidan durante un rato de que están en el paro, en expediente de regulación temporal de empleo, que el SEPE no funciona y que han muerto más de 100.000 españoles en absoluta soledad mientras el presidente del Gobierno se da un notable alto en la gestión de la pandemia.
A cambio de seguir siendo responsables, los españoles, que a o largo de la Historia han soportado plagas, invasiones, videoblogs de Iñaki Gabilondo y, varios gobiernos socialistas —lo que demuestra que son un pueblo resistente— sólo quieren recuperar la libertad, que es algo a lo que ya se habían acostumbrado y que nos consta que echan mucho de menos.
La libertad es sobre todo un estado mental en el que haces lo que debes porque estás convencido de que es lo correcto, no porque lo imponga un gobernante de una comunidad autónoma que tiembla ante la oleada de demandas y alguna que otra querella que le aguardan a la vuelta de la esquina, cuando no pueda refugiarse detrás de un estado de alarma que valida cualquier de sus medidas restrictivas de derechos y libertades tomadas sin respaldo científico. Ese estado mental necesita claridad y no puede estar dominado por el tedio, la depresión y el miedo, que es a lo que conduce este estado de excepción encubierto al que sólo le han faltado sirenas y patrullas con perros autonómicos vigilando las calles después del toque de queda.
El toque de queda, los confinamientos perimetrales y las restricciones de movilidad deben acabar y si fuera mañana mismo, mejor que pasado. Si debe ser el 9 de mayo, sea. Y nunca más. Recuperemos España antes de que se nos muera del todo, y no será de un virus chino.