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9 de junio de 2022

Un invierno largo y oscuro

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (E. Parra / Europa Press)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (E. Parra / Europa Press)

Tener razón, como la tenemos desde el día ya lejano en el que advertimos que el giro unipersonal del presidente Sánchez en las relaciones con Marruecos —la rendición— tendría un efecto perverso en nuestras privilegiadas relaciones con Argelia, no nos reconforta.

Sólo nos reconfortaría si Sánchez fuera el único que pagara las consecuencias de que el presidente argelino Abdelmadjid Tebboune haya ordenador romper el tratado de amistad entre Argelia y España por la injustificable rendición del Sáhara Occidental a Marruecos. Pero no es así. Este inmenso error de Sánchez, que ayer no dio la más mínima explicación sobre un vuelco en la política exterior que, insistimos, es una competencia del Parlamento y no de su sanchidad, lo vamos a pagar todos los españoles.

Unos más, la empobrecida clase media cercada por una crisis energética que no, repetimos, no es consecuencia de la invasión de Ucrania, sino de décadas de sumisión a políticas de destrucción de nuestra soberanía energética en beneficio de los dogmas de fe de la secta climática. Y otros, menos. A saber: Sánchez y sus acólitos. Quizá ni siquiera se salve la inclusiva feminista presidenta del Banco de Santander, Ana Patricia Botín, que puede que tenga que bajar un grado más la calefacción de su residencia de esquí en Gstaad. Pero sólo es un suponer.

No hace falta ser un escritor ruso, da igual si Pushkin, Chejov o Gógol, para adivinar un invierno oscuro y frío, desprovisto de esperanza, por las incomprensibles decisiones de Pedro Sánchez que, de nuevo, como en la sectaria gestión de la primera ola de la pandemia, comprometen el bienestar de los españoles y los intereses permanentes de España.

La persistencia inexplicable e inexplicada de Sánchez en el error es consistente con la bajura moral de su Gobierno de sumisos. Sus palabras de ayer, en las que se lamentaba de la pobreza del debate parlamentario, son un mal chiste viniendo de alguien que desprecia a la oposición y que a cualquier crítica justa responde con mantras inclusivos, feministas, ecologistas y, sobre todo, sostenibles, cuando su torpeza infinita —o acaso el chantaje como insinúa Podemos— nos coloca a los españoles en una situación insostenible y excluyente.

En condiciones normales, después de haber destrozado nuestras relaciones con Argelia, a este Gobierno en minoría, apuntalado por los enemigos de la nación, le caería encima una moción de censura que iba a temblar el Misterio. Pero, por desgracia, y por la debilidad anormal de nuestro sistema electoral, Sánchez tendrá un año y medio por delante para regar con dinero de nuestros impuestos a sus aliados comunistas y separatistas, regularizar inmigrantes ilegales y comprometer cesiones irresponsables de nuestra soberanía a cambio de que se le permita seguir alimentando un ego que no alcanzamos a entender de dónde lo saca.

Se lamentó ayer Pedro Sánchez en una intervención delirante y chulesca contra Santiago Abascal, de que su persona no puede pisar la calle todo lo que le gustaría. Ojalá pudiera.

Ojalá se animara su sanchidad a pasar por delante de los pequeños comercios ahogados a impuestos, entrar en los supermercados en los que tiemblan las autorizaciones de las tarjetas de crédito, acercarse un día cualquiera a las colas del hambre de los comedores sociales en las que la clase trabajadora española ya es nación, o repostar en gasolineras junto a otros conductores que miran ojipláticos el precio del combustible. Quizá así, cuando se apagaran los ecos del abucheo general con el que los españoles saludarían su presencia, el doctor (?) en Economía (???) Pedro Sánchez haría lo único decente que podría hacer en su vida política por el bien general de España: dimitir.

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