«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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20 de mayo de 2022

V.E.R.D.E.

El Rey emérito Don Juan Carlos I, en el momento de su llegada al club náutico de Sangenjo después de dos años sin pisar tierra española (EP)

Sólo desde la vanidad intelectual o desde una indigencia mental, se puede despreciar la figura de Su Majestad el Rey (emérito) que ayer volvió a su casa, a España, patria común e indivisible de todos los españoles como dice la Constitución que hoy ordena nuestra convivencia milenaria y que él impulsó con generosidad y esfuerzo en un momento determinante de nuestra Historia.

Por suerte, el pueblo español no es ni vanidoso ni imbécil, sino agradecido, y por eso ha recibido a Don Juan Carlos en Sangenjo con una cerrada ovación en la que se vitorea tanto a  la figura histórica como al símbolo de una institución querida y respetada por una amplísima mayoría de los españoles.

Ni que decir tiene que todos esos españoles que hoy aplaudimos el regreso del Rey, podríamos reprochar a Don Juan Carlos determinados comportamientos en los últimos años de su sobresaliente reinado. Pero eso ya lo sabe él y lo ha pagado con estos dos años en el exilio, que bien saben los Borbones la tristeza y el amargor de tener que vivir fuera de España, ya sea en  Roma, como su abuelo, en Estoril, como su augusto padre o en los Emiratos Árabes.

La biología es obtusa y no entiende de grandezas ni de pequeñeces. Don Juan Carlos, en el último tramo de una vida apasionante, debe estar con el pueblo que le quiere y al que tantas veces honró con un reinado que superó enormes pruebas y sinsabores hasta ganarse el título de «la Monarquía de todos».

Que nadie, salvo los vanidosos y los idiotas, dude de que los libros de Historia en el futuro dedicarán los mayores elogios a la labor esencial de Juan Carlos I en la defensa de España, de su identidad, y en la preservación de un legado de siglos como es la continuidad dinástica hoy encarnada en su hijo, Felipe VI, para mayor beneficio del Reino. Las notas al pie de página, o las apostillas que cuenten algún que otro desvarío impropio, sólo serán eso: notas marginales en letra pequeña que se irán borrando de la memoria de los españoles como se borran los pecados veniales de todos a los que queremos y respetamos.

Por eso, hoy, cuando el Rey ha regresado a su patria, sólo podemos decir que viva el Rey de España, que viva cien años y que los viva aquí.

Es posible, porque es humano, que verse en España rodeado de la mezquindad de algunos le moleste, pero recuerde Su Majestad las palabras del Conde de Barcelona: «por España, todo por España». Todo es todo, Señor. Incluso aguantar el insulto de los soberbios, los mediocres y de los fariseos. Tenga la confianza Don Juan Carlos de que somos legión los españoles agradecidos. Es decir, los españoles bien nacidos.

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