«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Una figura emerge como extraída de otro cuadro: Abascal

1978-2023: una fotografía que retrata al régimen

Fotografía de Jaime López durante la jura de la princesa Leonor. VOX

El instante lo captó Jaime López, que congeló al régimen del 78, aunque sólo fuera medio segundo, para que podamos hacer una autopsia a un cuerpo que no acaba de morir. Es la fotografía con mayor peso político de cuantas se tomaron extramuros de las Cortes la mañana en que la princesa Leonor celebraba su puesta de largo jurando la Constitución.  

En ella aparecen el pasado, el presente y el futuro en torno a la Corona. Leonor logró que el Congreso, aunque sólo fuera por un día, luciera libre de formaciones cuyo fin es la ruptura de España. El mismo sistema que otorga a la monarquía el papel de garante de la unidad y pervivencia de la nación, consiente que atenten contra ella. Y no sólo eso, sino que sean columna vertebral de la dirección del Estado. La impostura, huelga decirlo, no es sólo que tal cosa suceda, sino tener que enfrentarnos a los aspavientos y bravuconadas de quienes ahora se indignan cuando antes hicieron lo mismo. Pujol y Ardanza, molt honorable y lehendakari, sí acudieron a la jura del príncipe Felipe en 1986, repiten para aliviar su mala conciencia. 

La pompa y el boato propios de la jornada contribuyen, sin embargo, a la descarga de responsabilidades. La solemnidad del momento, como pasa con la muerte, tiende a igualarnos. Es el mérito de esta foto, que vence a la amnesia, siempre al rescate de los villanos. 

Arriba a la izquierda aparecen un par de desconocidas para el gran público. La primera es Cristina Valido, la nueva y única diputada de Coalición Canaria en esta legislatura. Aunque al acto no acudieron partidos separatistas la presencia de los canarios nos recuerda que el chantaje al Estado es la naturaleza del 78. Coalición, que había anunciado su rechazo a la investidura de Sánchez, se plantea ahora votar a favor. Así, los 114.000 votos de la formación canaria obtendrán una rentabilidad de la que carecen partidos con millones de votos en todo el territorio nacional.

La otra gran desconocida entre tanto rostro familiar es Marta Lois, portavoz de Sumar. Abrigo rosa chicle, Lois representa a la mujer empoderada que ha venido para quedarse. Su partido, quizá el mayor exponente de la izquierda posmoderna, abraza todas las causas que difunden la ONU, Bruselas y otros organismos supranacionales: cambio climático, feminismo, ideología de género, inmigración masiva… A pesar de todo, adquiere una pose revolucionaria adolescente, como si todas esas banderas en realidad las alzara contra el sistema.

En esa fila superior también aparece Patxi López. El bueno de Patxi llegó a presidir el País Vasco, la única vez que no lo hicieron los nacionalistas, pero apenas cambió nada. Patxi también fracasó en las primarias contra Sánchez, aunque ya no se lo tiene en cuenta porque le ha hecho portavoz socialista en el Congreso. Patxi se cruza de brazos y se lleva una mano a la boca como si la cosa no fuera con él. Su rostro, a mitad de camino entre la melancolía y el tedio, es el reflejo de una ocasión perdida, como la de aquel verano de 1997 en que los españoles, al margen de partidos, se levantaron contra ETA y el separatismo vasco. Esa reacción, por espontánea, fue pronto disuelta.

A su izquierda se encuentra Cuca Gamarra, a la que no intuimos ni mucho menos incómoda, pues ella se siente más cercana al PSOE que a VOX, así que mejor con Patxi que con Abascal. Además, por la posición de su boca, parece que le está soltando una confidencia, algo en broma, a su homólogo socialista. ¡Todavía quedan ganas de bromear con este PSOE! Pero Patxi no ríe, es probable que no lo hiciera porque, como sentencia Cuca, una mujer con poder da mucho miedo. 

La fila de abajo es la de los expresidentes. Quedan cuatro vivos: Rajoy, Zapatero, Aznar y Felipe. Aznar y Felipe, contemporáneos, parecen mirar al pasado con el gesto torcido. Por alguna razón no parecen satisfechos, aunque no es probable que hagan autocrítica, mejor endosarle el muerto a los que vinieron después. González otea el horizonte detrás de unas enormes gafas de sol, quizá para no deslumbrarse con los destellos de su propia obra que, como los fantasmas al señor Scrooge, siempre vuelven. El enterrador de Montesquieu, el que abrió la verja de Gibraltar, metió a España en la OTAN, rindió la nación a Marruecos y comenzó la revolución antropológica perfeccionada luego por Zapatero y Sánchez, no se explica cómo hemos llegado hasta aquí. Y si un periodista le pregunta por la amnistía él responde campanudo: «¿Por quién me toma?».

Aunque entonces se odiaban, el tiempo ha ido acercando a Aznar y Felipe, pues no hay nada que una más que un enemigo común. Aznar echa pestes de Rajoy como Felipe de Zapatero y Sánchez, aunque ambos practican el patriotismo de partido votando aquello que critican. Las armas de destrucción masiva de Irak, el 11-M, el pacto del Majestic y las cesiones a Arzalluz jamás han merecido la menor autocrítica de Aznar.

El siguiente en la escena es Zapatero, que saca media lengua («bobo solemne», le llamó una vez Rajoy) y pone mirada perdida. Aunque ahora peina canas la expresión, sin embargo, es la de siempre gracias a unas cejas arqueadas que toda una generación de artistas e intelectuales del mundo de la cultura imitaron con el dedo índice para confirmar, por si acaso no se notaba, que ellos están con el poder. Sin Zapatero, el único que defiende a Sánchez, es imposible entender nada de lo que ocurre. Metió a ETA en las instituciones, validó el cordón sanitario contra la derecha en Cataluña y el resto de España, resucitó el Frente Popular y el guerracivilismo, liquidó la transición con la ley de memoria histórica e importó la ideología de género y el chavismo a España. Sánchez, por tanto, sólo ha seguido su legado.

Frente a todos ellos hay algo que chirría en la fotografía. Una figura emerge como extraída de otro cuadro. O mejor aún, como queriéndose ir a otro. Abascal posa su mirada hacia el infinito, fuera de la composición, su giro de cuello parece querernos decir que su lugar no está ahí, que son las circunstancias, pero que su camino va en otra dirección. Un camino nunca explorado. 

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