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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Arturo Valls y el Pensamiento Único Obligatorio

Todo el mundo sabe que expresar una opinión que disienta del progresismo más estridente y pueril equivale a un «no volverás a trabajar en esta ciudad, forastero» en el viciado y enrarecido ambiente de la farándula.

“Me gustaría que se hablara más de cine, que habláramos de cine y, en cualquier caso, de los problemas que tiene el cine. No me parece el escaparate para tratar otros temas. Me gustaría hablar de las películas, de los actores, del trabajo de los actores, quizá de lo que cuesta producir una película hoy en día en España… pero no marear con otros temas, porque al final se desvirtúan un poco los mensajes y los discursos. Creo que hay otros sitios para reivindicar ese tipo de cosas”. 
Así, de pronto, las palabras del actor Arturo Valls, para quien no esté marinado en el enrarecido mundillo de la reivindicación inagotable, parecen enormes perogrulladas. Está diciendo que a él «le gustaría» -nada más- que en una gala de cine se hablara de cine. Escandaloso, ¿verdad? 
Idealmente, en una entrega de premios de cualquier sector, no se hablaría del sector. No se hablaría, sin más, salvo, en todo caso, de los premios y las obras premiadas.  
Bueno, pues si usted cree que la obvia declaración es una nadería, una obviedad banal, déjeme transmitirle las malas noticias: es usted un machista. 
No lo digo yo, que no soy autoridad en estas cosas, sino todo el mundo que cuenta, empezando por nuestro entrañable ‘diario de referencia’, El País, que hace noticia de semejante nonada con el alarmante titular: ‘El patinazo machista de Arturo Valls en la alfombra roja de los Goya’. 
¿Alguien puede explicarme dónde está el machismo? ¿No podría, en hipótesis, ser el señor Valls el feminista más fervoroso y radical, sin pensar que las ocasiones para hablar de su pasión ideológica son otras, y que en una gala de cine tiene sentido hablar de, bueno, cine? 
Hay en este revuelo el último indicio de, al menos, tres fenómenos preocupantes de nuestro tiempo.  
En primer lugar, un totalitarismo más que soviético en el control del discurso. No es que solo haya una opinión aceptable en la mayoría de los temas y sea un crimen de lesa progresía contradecirla en público. Eso ya es viejo. Si Valls, en lugar de decir que preferiría que se hablara de cine en una gala de cine hubiera dicho que las reivindicaciones en cuestión le parecen -como a mí- un modo bastante estúpido de buscar el papel de víctima por parte de un colectivo absurdamente privilegiado, no volverían a contratarle ni para mover títeres en las ferias, y eso lo sabe todo el mundo. 
Todo el mundo sabe que expresar una opinión que disienta del progresismo más estridente y pueril equivale a un «no volverás a trabajar en esta ciudad, forastero» en el viciado y enrarecido ambiente de la farándula. Y a nadie le importa, y nadie va a reivindicar eso, y todo el mundo lo acepta como se acepta el hiyab en Arabia Saudí. 
No es solo en el cine, pero allí -en el amplio sector de eso que llaman, sin sonrojarse, ‘la cultura’-, es solo más extremo. Hay un interesante concepto en teoría política, la Ventana de Overton, que postula que en todo momento dado hay un espectro de opiniones ‘admisibles’, fuera del cual está, en la práctica, prohibido opinar. Pero la Ventana de Overton no hace más que estrecharse. 
En segundo lugar, queda claro que el puesto más codiciado en la vida pública, el que confiere un rango social más elevado, es el de víctima. Hay bofetadas para probar que uno ha sido más oprimido que nadie en millas. Si no te han oprimido, no eres nadie. 
Es un concepto extraño a cualquier civilización en toda la historia, donde normalmente los que brillaban eran los vencedores. Ahora triunfar, por lo visto, es fracasar. Una versión bastante cruda del evangélico «los últimos serán los primeros». 
Así asistimos al espectáculo de gente con destinos por los que la mayoría daría un brazo y parte del otro, no agradeciendo el éxito y su consiguiente privilegio, sino rebuscando entre la ficción y la exageración excusas para sentirse discriminado.  
Naturalmente, todo es de mentirijillas. Si fuera de verdad, la declaración se haría en comisaría, no sobre una alfombra roja, y, sobre todo, se darían nombres. ¿Quién ha abusado de ti, cómo? Pero el perpetrador debe permanecer anónimo porque, en realidad, es el Patriarcado, las estructuras injustas de ese capitalismo que les ha dado fama y fortuna. 
Por último, el disparatado papel que atribuimos a los actores. Por supuesto, hay de todo, como en botica, pero ¿qué hay en la profesión de actor, un tipo que repite con mayor o menor verosimilitud las líneas que ha creado otro, para convertirles en referentes ideológicos? Incluso si la causa feminista me obsesionara, les aseguro que me interesaría oír o leer lo que tienen que decir al respecto pensadores, académicos, escritores. Pero, ¿actores? ¿Por qué? No es que defienda que vuelva a prohibirse que se les entierre en sagrado, como en épocas más sabias, pero dar un peso especial a sus lugares comunes me parece una prueba más de decadencia en nuestra sociedad. 
¿Qué tiene que decir una actriz sobre discriminación o abusos que no pueda declarar mucho mejor una reponedora de hipermercado o una camarera, si lo que buscamos es experiencias? 
 
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