Ellos son la coartada para quienes ven en el PSOE —haga lo que haga— mucho más que un partido o la formación hegemónica del sistema, sino la fuente de la que emana la legitimidad del régimen del 78, el que marca los límites de los pactos y otorga o retira carnés, desde Bildu a VOX, de Josu Ternera a Ortega Lara. Son los barones socialistas y los socialistas históricos, el válium que adormece y neutraliza cualquier reacción frente a los desmanes del PSOE.
Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara y Javier Lambán han formado el grupo de díscolos del sanchismo en los últimos años. Bendecidos por el centroderecha, los barones socialistas no han tenido mayor relevancia más allá de los medios afines al PP ni han causado medio dolor de cabeza a Pedro Sánchez cuando cuestionaron sus decisiones. Sin quererlo —o quién sabe si asumiendo el rol de tontos útiles— los líderes regionales representan la esperanza para quienes, aún sin escarmentar cuando el PSOE rebasa el límite por enésima vez, se refugian en ellos para reivindicar un socialismo bueno, constitucional y de Estado.
Ante todo, los barones territoriales son prolíficos en palabras pero famélicos en hechos. Por ello conviene atender más a lo segundo que a lo primero. Vara, Lambán y Page han criticado a Sánchez por sus pactos con Bildu, Podemos, los indultos y la suelta masiva de violadores propiciada por la ley del «sólo sí es sí». Sin embargo, jamás renunciaron a su cargo ni mucho menos a las siglas, de las que ni siquiera se desprendió Redondo Terreros, ahora expulsado tras años de reproches a la dirección del partido.
En realidad, esa militancia ciega, la de amagar y no dar, es la que legitima sapos como el nombramiento de Pablo Iglesias como vicepresidente del Gobierno, la incorporación de Bildu a la dirección del Estado, el indulto a Junqueras y demás golpistas o negociar la amnistía con Puigdemont. A tal impostura se ha llegado, intolerable, claman los barones. Casi tanto como cuando Fernández Vara le recordó a Page que gobernó en Castilla-La Mancha gracias a su pacto con Podemos en 2015.
En cualquier caso, pequeños borrones que no empañan que los barones sean los buenos de la película. Con ellos sí se puede pactar. Eso vino a decir Núñez Feijoo en el mitin del domingo 24, que lo que el PSOE y Sánchez están haciendo no es propio del socialismo y que ya no es un partido de Estado. Frente a ellos invocó a la vieja guardia de pana: Felipe González, Alfonso Guerra y Nicolás Redondo Terreros. Los que hoy mandan, en cambio, «ni son progresistas, ni son socialistas ni son mayoría […], no es socialismo cuando pretenden establecer privilegios para una élite de políticos en perjuicio de todos, eso no es socialismo, eso es elitismo político, nunca socialismo».
De modo que establecida la comparación entre socialistas buenos y malos huelga recordar que la degradación, el asalto y el sometimiento de las instituciones que ahora perfecciona Sánchez comenzó con Guerra y Felipe. Don Alfonso enterró a Montesquieu en 1985 y desde entonces la independencia judicial es inexistente gracias, huelga también recordarlo, a que el PP no se ha atrevido a tocar ni una coma de la reforma socialista que fulmina la separación de poderes.
Hay veces, sin embargo, en que es el propio don Alfonso quien enmienda la plana a socialistas y populares. Guerra explicó lo mal que le parecía la ley de violencia de género… que él mismo votó a favor en diciembre de 2004. Como los buenos exvicepresidentes, lo hizo a toro pasado, en 2019, revelando además que fue validada por el Constitucional por las presiones recibidas. «Hablé con el presidente del Tribunal y le dije: ‘La declararéis inconstitucional, ¿verdad?’. Él me dijo: ‘Hombre, claro, esto es absolutamente inconstitucional’. Luego salió la sentencia: constitucional. Me dijo: ‘¿Tú sabes la presión que teníamos?’ A mí me parece absolutamente injusta esa sentencia».
Pero ni la ruptura de la presunción de inocencia del varón ni el fin del principio de igualdad entre hombres y mujeres inquietan a Feijoo. Nada de eso. Si el PSOE ha dejado de ser un partido de Estado es, entre otras cosas, por sus pactos con Bildu. Aunque con matices, pues «la grandeza de la Constitución y la democracia» es la que permite que los diputados de Otegui estén sentados en el escaño. He aquí la gran confusión: si Bildu es legal y su presencia en el Parlamento una muestra de grandeza, ¿por qué no se puede pactar con él? Feijoo no responde, pero tampoco los míticos barones ni los socialistas históricos. Ninguno es Besteiro, todo lo más, tertulianos de la COPE.