Una red criminal que traficaba con inmigrantes ilegales y ha sido desarticulada por la Guardia Civil introdujo a 2.500 marroquíes como si fuesen tomates. Así se referían a ellos, como si fueran parte de la carga de un transporte cualquiera. Los trataban como mercancía perecedera, cuerpos sin nombre ni historia, ocultos entre productos agrícolas en el interior de camiones de gran tonelaje. El objetivo: atravesar Europa de forma clandestina, con rumbo a España, donde muchos de ellos fueron finalmente abandonados a su suerte, según ha adelantado El Español.
La operación policial, bautizada como Tashira, permitió desarticular un complejo entramado que funcionó durante al menos tres años, con ramificaciones en Marruecos, Rumanía, Italia y España. La investigación se activó a raíz del testimonio de seis inmigrantes marroquíes que lograron asentarse en Navarra y decidieron denunciar los hechos en marzo de 2023. Sus declaraciones, unidas a escuchas telefónicas y a documentos incautados en distintos registros, permitieron levantar el velo de una maquinaria delictiva que habría generado más de 20 millones de euros en beneficios.
El primer contacto con la red se producía en Taourirt, una ciudad marroquí ubicada al sur de Melilla. Allí, captadores locales reclutaban a potenciales candidatos bajo la promesa de un contrato de trabajo legal en Europa. Por 6.000 euros, los inmigrantes recibían supuestos visados de empleo en el sector agrícola o de la construcción en Rumanía, junto con billetes de avión con escala previa en Turquía. A su llegada a Timisoara, eran alojados en barracones controlados por la red, donde pasaban semanas —a veces meses— a la espera del siguiente movimiento.
Algunos trabajaban durante ese tiempo. Otros simplemente esperaban, atrapados en un vacío legal. Cuando sus permisos caducaban, pasaban automáticamente a la siguiente fase del proceso: el traslado irregular hacia Italia. Por este tramo, la organización cobraba entre 4.000 y 5.000 euros adicionales. El transporte se realizaba en condiciones extremas: viajes interminables en remolques cerrados, sin ventilación ni acceso al exterior, escondidos entre cargas agrícolas. El riesgo de muerte por asfixia, aplastamiento o deshidratación era constante.
El modus operandi recordaba al de redes sudamericanas que trafican con personas rumbo a Estados Unidos. Los camiones evitaban Hungría —cuya política migratoria era considerada demasiado estricta— y cruzaban por Serbia, Croacia y Bosnia antes de entrar en territorio italiano. Allí, los inmigrantes eran dejados cerca de la frontera, sin más guía que sus propios recursos o, en el mejor de los casos, la opción de pagar nuevamente por completar el viaje hasta España.