El presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, ha lanzado un mensaje nada equívoco a los golpistas de la Generalitat al afirmar que “el respeto al Derecho no es una opción, es una obligación”.
En su día, cuando concedieron a la Unión Europea el Premio Princesa de Asturias a la Concordia, nos permitimos ironizar sobre el nombre del galardón y un club de Bruselas que, entonces como ahora, mostraba tantos méritos para merecerlo como Obama -el hombre que bombardeó siete países- el Nobel de la Paz: subían y suben en intención de voto los partidos europeos que desde la Comisión llaman, torciendo el gesto, ‘populistas’; aumentaba el desconcierto ante una entrada masiva de inmigrantes norteafricanos; y los países del Grupo de Visegrado -Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia- se rebelaban abiertamente frente a la ‘obligación’ de acoger supuestos ‘refugiados’ dentro de sus fronteras.
Nada de esto ha cambiado sino, en todo caso, para agravarse, una razón para observar con interés el discurso de aceptación este viernes del premio por parte del presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, que llegaba acompañado del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.
Pero, de entonces a ayer, un suceso que copa toda nuestra atención y todas las portadas ha venido a alterar completamente el sentido de cualquier discurso: la actitud desafiante del Govern secesionista de Cataluña, que ha centrado la atención implícita de Tajani y explícita de Su Majestad el Rey Felipe VI.
La hasta ahora frustrada secesión catalana es asunto, a la vez, exclusivamente interno y también del máximo interés de nuestros socios europeos, empeñados en la dirección contraria a los rebeldes catalanes en el sentido de borrar viejas fronteras en lugar de crear otras nuevas.
El presidente Rajoy ya ha recibido de los líderes europeos todo el apoyo que cabía recibir, con la garantía de que la Unión apoyará al Ejecutivo en todas las iniciativas legales que se emprendan para parar el golpe, dentro del marco de la Constitución. Esta vez no ha habido demasiado matices ni inoportunas llamadas a la negociación.
De hecho, tampoco las ha habido en el discurso de Tajani, que al tiempo que subrayaba el papel de la Unión Europea como garantía de prosperidad y libertad de sus miembros, lanzaba un mensaje nada equívoco a los golpistas de la Generalitat al afirmar que “el respeto al Derecho no es una opción, es una obligación”.
Ha dicho Juncker que la Unión Europea es «un espacio que nos protege y nos permite convivir juntos en una conviencia hermosa», mientras que Tusk insistía en que la ley «tiene que ser respetada por todos los que participan en la vida pública, porque la armonía es mejor que el caos. Siempre soñamos con una Europa unida. Para mí, la concordia es sinonimo de unidad».
Un discurso es un discurso, es decir, un montón de palabras bonitas y buenos sentimientos sin nada que desentone o pueda resultar chocante, pero es de justicia reconocer que Tajani ha resultado lo bastante claro como para provocar en Twitter la indignación de la periodista separatista de TV3 y RAC1 Pilar Carracelas: «De verdad, me pregunto a quién seducen estos discursos llenos de superioridad, hipocresía y autoritarismo. Qué futuro más negro, Europa».
Buena señal. Y aun mejor, más claro y más explícito el discurso del monarca, que sí ha hecho referencia explícita a Cataluña. El Rey ha dicho que el «inaceptable intento de secesión» en Cataluña se resolverá con instituciones y valores democráticos, y ha dejado claro que Cataluña «es y será una parte esencial» de la España del siglo XXI.
Ambos discursos han sido acogidos en redes sociales con entusiasmo más que con mera aceptación, salvo, naturalmente, entre las filas separatistas. Una jornada, pues, redonda, donde el propio Tajani ha elogiado el «hermoso espectáculo» de las banderas españolas que ha visto ondear por doquier.
Y sin embargo…
Sin embargo, les mentiría si no confesara que me he quedado con una sensación incómoda. Las referencias a ‘borrar fronteras’, la insistencia en que «la concordia es sinónimo de unidad» e incluso la relativa insignificancia del nombre de España entre tanta Europa me llevan a sospechar que Bruselas está planteando el falso dilema de que entre «crear nuevas fronteras» y «borrarlas» no hay nada en medio; como si, en fin, usasen la crisis catalana para abogar por una aceleración de la conversión de la UE en un megaestado.
Precisamente la disputa con los cuatro de Visegrado no es en absoluto «UE sí/UE no». Es difícil encontrar naciones meros euroescépticas que las de los nuevos miembros de Europa del Este, país más entusiasta de la Unión que, por ejemplo, la ‘rebelde’ Polonia.
El conflicto está en dos formas de concebir la Unión Europea, una que se mantenga como alianza de naciones soberanas, que respete sus diferencias y sus marcos políticos internos, o la que triunfa en el seno de la Comisión, empeñada que diluir las identidades y soberanías nacionales bajo la égida de un proyecto común ‘de marca blanca’.
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¿Por qué no se puede negociar con los separatistas?