«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
trata de justificar el legado criminal de la banda terrorista

De Arnaldo Otegui a Josu Ternera: el blanqueamiento de Évole al terrorismo etarra

Jordi Évole. Europa Press

En junio de 1961, el crítico de cine Jacques Rivette publicó en el número 120 la revista Cahiers du Cinéma uno de sus más famosos artículos: De la abyección. En él, Rivette lanzó una demoledora crítica al metraje Kapò (1960), dirigida por Gillo Pontecorvo. El filme del director italiano narra la vida en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, pero lo que irritó en sobremanera a Rivette no fue lo que en él se mostró, sino cómo Pontecorvo lo hizo.

La escena que usó para ejemplificar lo que, para el francés, la película representaba fue el famoso travelling en el que la reclusa Terese, interpretada por la actriz Emmanuelle Riva, se suicida lanzándose contra la alambrada eléctrica. El siguiente plano en contrapicado en el que se muestra el cuerpo sin vida de Terese con la mano alzada en su encuadre final es el que, para Rivette, denotaba «voyeurismo y pornografía». Años más tarde, Serge Daney tomaría el testigo de Rivette con su artículo El travelling de Kapò, publicado en 1991 en el número 4 de la revista Trafic. Allí afirmó que «no tenía absolutamente nada que ver, nada que compartir con alguien que no sintiera de inmediato la abyección del travelling de Kapò».

Así, Jacques Rivette y Serge Daney resaltaron dos cuestiones clave sobre la responsabilidad del director, en particular, y de la industria cinematográfica. Estas serían lo que se cuenta y cómo se cuenta. Es en ese punto donde entra una de las primeras críticas hacia No me llame Ternera, documental dirigido por Jordi Évole y Màrius Sánchez sobre el terrorista de ETA José Antonio Urrutikoetxea, más conocido como «Josu Ternera». En este caso, a las cuestiones planteadas por Rivette y Daney se deben sumar las relacionadas con el cuándo y el dónde, pues su estreno, de momento, tiene previsto producirse el 22 de septiembre en el Festival de Cine de San Sebastián.

Desde que hace unas semanas la organización del evento anunciara su estreno allí, la polémica ha ido en aumento. Sin embargo, la mayor crítica tuvo lugar el pasado lunes, cuando se publicó una carta abierta firmada por más de 500 personas y dirigida a la dirección del Festival de Cine de San Sebastián. En ella, aparecen nombres de víctimas de la banda terrorista como Ana Iribar Cuartero, María del Mar Blanco, Ana Velasco Vidal-Abarca, Rubén Múgica, Cristina Cuesta o Maite Pagazaurtundúa. También personalidades como los escritores Andrés Trapiello, Félix de Azúa y Fernando Aramburu, así como el filósofo Fernando Savater y los profesores Carlos Martínez Gorriarán y Carlos Fernández de Casadevante.

Los firmantes han manifestado su rechazo hacia el estreno del documental sobre el terrorista, aún prófugo de la Justicia española y sobre el que hay una petición fiscal de una condena de 2.354 años de cárcel, en una entidad del calado del Festival de Cine de San Sebastián incidiendo en que «por desgracia, este documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes». Como respuesta a esto, el director del festival, José Luis Rebordinos, ha defendido su proyección manifestando que «si pensara que la película blanquea a ETA no la proyectaría».

Es cierto que pocas personas han visto aún el documental producido por Netflix España, pero, dada la trayectoria de Jordi Évole en cuanto a entrevistar a etarras se refiere, la duda está más que fundamentada. Ejemplo de ello son la complicidad que ha mostrado con Arnaldo Otegui en sendas entrevistas. También la que tuvo con Iñaki Rekarte, toda una oda a la autocompasión —muy por encima del arrepentimiento—, y un ejercicio de dotar de honra una persona que dejó un saldo de tres asesinados y más de una veintena de heridos. Es decir, se volvió a defenestrar la dignidad y el respeto a la memoria de las víctimas.

Que el potencial blanqueamiento de un asesino como Josu Ternera, quien nunca ha mostrado arrepentimiento por su responsabilidad en crímenes que les costaron la vida a once personas, entre ellos cinco menores de edad, pueda inaugurarse en uno de los festivales de cine más importantes de Europa resulta de una gravedad suma.

Parafraseando aquí a Rivette, no me equivoco al decir que el realismo en el trato que Évole les ha otorgado a los personajes que conformaron ETA ha sido incompleto, parcial y ha degenerado en tentativas de enmascaramiento irrisorio y grotesco que denotan ese mencionado toque voyeurista y pornográfico. Sus constantes esfuerzos por blanquear lo que ETA son similares a lo que Rivette resaltaba del Kapò de Pontecorvo, pues hacía que el espectador llegara a la conclusión de que, pese a que los guardianes de los campos de concentración alemanes eran unos salvajes, la situación no era intolerable y si los prisioneros se portaban bien, podrían salir del paso. Es decir, ni los verdugos eran tan malvados, ni las víctimas estaban tan hostigadas. Este tipo de documentales motivan a la gente para que se habitúe de forma hipócrita al horror y que este se integre en nuestro paisaje mental descargado de gravedad.

Por el contrario, y apelando al profundo respeto hacia las víctimas, las que aún viven y las que fueron asesinadas con vileza, todavía quedan en nuestro país muchas personas que, como decía Serge Daney, no tienen absolutamente nada que ver, nada que compartir, con alguien que no sintiera inmediata abyección de Josu Ternera, de lo que ETA fue y es y de las personas que intentan manipular la historia para blanquear y justificar su legado criminal. Así, Évole y la organización del festival han juzgado lo que van a mostrar y serán juzgados por la manera en que lo mostrarán.

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