«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Draco invictus

Fernando Sánchez Dragó. Europa Press

Ya nos contarán, ya lo están haciendo, sus grandes éxitos, sus premios, sus talentos y sus exageraciones. Lo hacen en los mismos periódicos que, después de décadas publicándole, le tacharon de las firmas en renovada y mediocre censurilla, y que ahora, sin asomo de rubor, le hacen frases bonitas para ensalzar sus actitudes libérrimas. Qué cosas se escriben, Fernando.

Pero supongo que no te habría molestado. No te iban a sorprender a ti, veterano de linotipias, las paradojas —alguien diría purulencias— de la profesión esa que amabas con tanto exceso, como amabas todo. Y menos te iban a enfadar las miserias humanas, para las que siempre tenías indulgencia, que es lo más decente que tienen los libertinos. Además, en piedra nos lo dejó escrito Jardiel, «si buscáis los mayores elogios, moríos».

Cierto que con Fernando Sánchez Dragó harán excepciones a ese bien enterrar que tenemos en España. Gracias a su afición a novelarse, a escribirse protagonista de leyendas que sólo de puntillas pisaban lo real, le van a perseguir con saña hasta más allá de la tierra, y lo van a hacer, ya lo están haciendo, los mismos que a cualquier degradación le erigen un ministerio, una serie de televisión o un premio internacional.

Da igual, tampoco le molestará verse despedido así, entre orillas, a distancia agradable de los nichos blanqueados que le barrenaron silenciosamente sus columnas, y a cómoda lejanía de los esclavos del odio, los profanadores de sepulcros. A él mismo le gustaba pintarse entre fronteras, por eso homenajeaba con tanta pasión las muertes paralelas (de su padre, de José Antonio) confirmando toda la ficción que tenían sus crónicas más rigurosas.

Porque lo cierto es que él sí que había elegido una trinchera, un shogun, una columna de caballería, o cualquier otra imagen militar de las que retorcía cuando tocaba lo épico y se escribía como un centauro, un samurái o un hoplita. La había elegido consciente de que le iría trasladando a una nueva clandestinidad, más cruel, porque en vez de en cárcel termina en un ominoso borrado. Y fue un sacrificio grande, inmenso para quienes tienen en mucho escuchar el sonido de su propio nombre… «Draco invictus» me ponía en el asunto de un largo intercambio de correos.

Los releo ahora y me paro en uno en especial —después de un breve desencuentro— en el que escribía: «Cabalgo, como antes, junto a vosotros, aunque mi montura sea siempre un verso suelto. Díselo a Santi, y a Morante«.

Gracias Fernando, y descansa ahora, por fin, en merecida paz.

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