«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La impresión es que se venden más libros que nunca

Ecos de la Feria del libro de Madrid: hay brotes verdes

Europa Press

El Retiro es todavía transitable horas antes de que los últimos rayos del sol se filtren entre los plátanos de sombra, pinos y cedros que escoltan el paseo de Fernán Núñez. Ahí se expone la Feria del libro. La tarde es calurosa y aún es posible caminar sin las aglomeraciones de transeúntes que avanzan con rumbo incierto. Incluso se puede empujar un cochecito de bebé con la mano izquierda y ver las novedades girando la cabeza —como el soldado que saluda al Rey en el desfile del 12 de octubre— con el cuidado preciso de no atropellar a nadie. Enseguida la muchedumbre desborda el recinto y avanzar es tan difícil como un día grande en la de abril, acaso todas las ferias están pensadas para ir sin niños. Todo se complica si hay que oler y palpar el libro, gestos sin los cuales ninguna persona respetable se lanza a comprar un ejemplar.

Apenas bastan cinco minutos para llegar a las mismas conclusiones que los últimos años: arrasa la literatura de temática feminista o LGTBI. La palabra «mujer» abunda en los travesaños de las casetas donde se forman colas interminables. Legiones de jóvenes —casi todo chicas— aguardan con un libro bajo el brazo desafiando al sol que cae a plomo sobre ellas. El sacrificio merece la pena si quien firma la dedicatoria es un fenómeno de masas como Elísabet Benavent, novelista de éxito que ha vendido millones de ejemplares de, entre otros, En los zapatos de Valeria, Valeria al desnudo o La magia de ser Sofía, algunas adaptadas a Netflix, ese artefacto masivo de penetración cultural más eficaz que el BOE.

El de Benavent es un ejemplo de la formidable hegemonía cultural de la izquierda que, frente a quienes decretaron la muerte del papel y el advenimiento de la gris tecnocracia, impregna a todas las capas de la sociedad, que no se escapan ni quienes dicen no saber nada de batallas culturales. La mercancía, acompañada de un buen envoltorio, es arrolladora. Y no sólo hablamos de libros. Además de las casetas, la feria ha incluido una programación ideologizada con espacios como Hablemos de Feminismos con la tiktoker Carla Galeote o Por qué me da la gana. Una vida contra los prejuicios, donde la rapera Miss Raisa «desafía los estereotipos impuestos por la sociedad».

De poco vale ponerse de perfil o dejarse llevar por la corriente dominante. El año pasado dos libreras increparon a gritos a un político del PP de Madrid («¡Sanidad pública!») que paseaba, sin cámaras, buscando algún ejemplar. Aunque uno sea delegado de Cultura del Ayuntamiento o acuda a los Goya a pasar por el aro de toda la mercancía oficial, el enemigo nunca le va a considerar uno de los suyos. Son cuarenta años de dominio del cine, la propaganda y las letras, es decir, ellos dictan qué es la cultura e incluso la contracultura, ambas igual de subvencionadas.

Por el contrario, la derecha social —si es que tal cosa existe— tiene cosas mejores que hacer que leer libros, como jugar al golf, y preocupaciones mucho más profundas como estar a la última en el mundo de las finanzas, si conviene invertir en bitcoins, ladrillo o tierras. Y muy fastidiada porque el 23 de julio le han puesto unas elecciones que en ningún caso le van a chafar los planes en Marbella. Votar, qué pereza. Ahí está la grieta. Unos persiguen un objetivo individual tan lícito como ser rico mientras que otros tienen la aspiración colectiva de transformar la sociedad. Nos equivocamos de Dios en Trento, ya.

Eso dice Pérez-Reverte, faro de esa derecha anglófila a la que cabe impugnar su modelo nihilista del sálvese quien pueda. Porque, ¿a mí qué más me da que impartan talleres sexuales a menores de 6 años en los colegios si yo tengo a mis hijos en uno privado? ¿A mí qué me importa que haya inmigración ilegal deambulando por las calles si vivo en una urbanización es-tu-pen-da? Es difícil contraponer una alternativa cultural cuando la gran aportación intelectual de la derecha oficial son las cañas y las terracitas de Ayuso, la Thatcher chamberilera.

Aún hace calor y no he comprado ningún libro. Pego la última pincelada por la feria cuando la portada de un clásico llama mi atención, se trata de una edición especial de Campos de Castilla, con ilustraciones originalísimas de David de las Heras. También me llevo Crónicas del frente de Madrid, de Mauro Bajatierra, un periodista anarquista que escribió desde las trincheras a este lado del Manzanares. Dos de dos. El tercero se resiste porque el presupuesto se lo comen los cuatro libros infantiles que echo a la bolsa. Los economistas lo llaman coste de oportunidad, lo que dejamos de hacer cuando tomamos una decisión. En este caso, me quedo con las ganas de comprar —y mira que insiste el librero— Maldito United, una novela que narra la vida del entrenador Brian Clough y sus 44 días al frente del Leeds en 1974.

La impresión general es que se venden y publican más libros que nunca, lo cual no es necesariamente bueno. Es probable que la cantidad sepulte a la calidad. Y, sin embargo, hay brotes verdes. Jóvenes editoriales se abren paso y otras se consolidan rescatando joyas desaparecidas como Una familia de bandidos o publicando a autores fundamentales que explican nuestro tiempo como Adriano Erriguel, Ayllón, Reno, Hughes, Esperanza Ruiz o García-Máiquez. También es de celebrar que un grupo de inquietos treintañeros abra una tasca de barrio con aspiración de librería. El camino es largo, no es fácil revertir décadas de rodillo ideológico, pero parece un buen comienzo.

La tarde agoniza y nos marchamos, como sucede en la playa, cuando los rayos del sol son horizontales y corre un aire de lo más agradable. Ahora es cuando se está bien aquí.

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