«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
La Gaceta de la Iberosfera
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Aquellas bombas tuvieron unos efectos que nos acompañarán a todos mientras vivamos

El 11 de marzo o la apoteosis de la traición

Tren de Cercanías en la estación de Atocha el 11 de marzo de 2004

Otra vez es 11 de marzo. Hace ya 19 años que rugieron de mañana aquellas bombas que mataron a 193 seres inocentes, hirieron a 2.000 y destrozaron un incontable número de vidas. Y más allá de la tragedia de todas las víctimas afectadas por el monstruoso atentado, hoy lo sabemos, aquellas bombas tuvieron unos efectos que nos acompañarán a todos mientras vivamos. Hicieron descarrilar un difuso pero esperanzado proyecto colectivo para una convivencia razonable, libre y pacífica en España para imponer una deriva hacia un estado arbitrario autoritario, con un gobierno por encima de la ley y al margen de la responsabilidad y transparencia. Es un estado que cada vez perfila más su carácter de corte criminal y saqueador en el que la opinión pública carece de toda relevancia. Y que tiene como un objetivo capital acabar con la continuidad histórica de la nación española que considera un obstáculo y peligro para sus fines de dominación de diversos estados con identidades siempre hostiles a la histórica de España.

Todos tenemos en la memoria la imagen de los enormes agujeros en aquellos vagones abiertos de cuajo. Lo que no vimos entonces es que las bombas abrían de cuajo un inmenso agujero negro en la historia de España. Por el que perdíamos para siempre algunos de esos anclajes preciosos que habían hecho más seguros, algo más prósperos y también más amables entre sí a los españoles. Eran anclajes de certezas y ánimo que había costado forjar muchas décadas de trabajo y sacrificio, de amor y de esperanza, de perdón y también de un olvido basado en la una buena fe que los españoles habían generado a espuertas desde los años más duros de posguerra que siguieron a la matanza fratricida.

Con aquellas explosiones del 11 de marzo de 2004 y los días siguientes, con el drama y el trauma, con el horror y el luto y enseguida con el odio y la violencia, las elecciones y la hora triunfal de la mentira, España rompió con lo mejor de su pasado reciente. Y entró en una nueva era que, por mucho que algunos la hubieran estado preparando, los españoles ni concebían ni deseaban. Y que casi veinte años después ya sabemos a dónde nos lleva, si los españoles no reaccionan y lo remedian. A la crisis total del Estado, la voladura de la Nación, la quiebra, el radical empobrecimiento y más que probablemente al enfrentamiento civil.

Aquel día se quiso traumatizar y trastornar primero y engañar después a las autoridades y a la ciudadanía no solo para cambiar el signo del vencedor de las elecciones sino para llevar al poder a un gobierno encabezado por alguien ya decidido y comprometido para un cambio de régimen en España. Cierto es que la izquierda española había tardado muy poco tras la Transición en demostrar lo frágil que era su afán real de reconciliación nacional. La mayor firmeza la mostró el Partido Comunista, el único partido que había existido como oposición al franquismo, que había lanzado el plan de reconciliación nacional nada menos que en 1956. El PSOE, sin embargo, precisamente el partido que tuvo que ser reinventado por fuerzas anticomunistas de Occidente, en Washington, Bonn y Tel Aviv –porque había desaparecido durante más de 30 años después de que sus líderes huyeran con considerable botín en 1939–, es el que mostró antes sus intenciones comenzar a crear una lógica sectaria en el Estado, incorporando a sus hasta entonces inexistentes filas a todo tipo de oportunistas llegados del régimen y otros grupos de extrema izquierda.

Se comenzó a apelar a la revancha ya discretamente en la década de los ochenta con el tapabocas de «franquista» o «fascista» a quien dijera una verdad inconveniente. Con el triunfo en 1982 ligaron al PSOE aluviones ansiosos de beneficios y entonces, siete años después de muerto Franco, surgieron como setas los antifranquistas furibundos que hasta entonces que lo habían sido de forma tan clandestina que ni ellos lo sabían. Cuando ser antifranquista comenzó a premiarse, había que demostrar el antifranquismo que antes nadie había notado. Ese exceso de celo de los antifranquistas postfranquistas ya muestra entonces que la izquierda puede volver a las andadas. Pero el llamado Espíritu de la Transición, en muchos buena fe, en otros dontancredismo y en muchos puro cinismo evitaba las estridencias.

Cuando ante las salvajadas totalitarias de la nueva clase política lumpen del PSOE de Pedro Sánchez y antes de José Luis Rodríguez Zapatero muchos apelan al «PSOE bueno» de Felipe González, pocos recuerdan que en su primera legislatura el equipo de González y Guerra ya hicieron todas las leyes que mutilaron la democracia nada más nacer, desde el destrozo de la educación al fin de la independencia de los jueces («Montesquieu ha muerto», A. Guerra) y a enterrar la LOAPA que habría defendido al Estado frente a los disparates de las autonomías que ya llegaban con una Constitución en la que la izquierda impuso tanta inconveniencia a una derecha con mala conciencia franquista.

Pero fue después del 11M de 2004 cuando los españoles tuvieron que enfrentarse a una nueva realidad en la que el poder proclamaba gobernar sólo para una mitad de los españoles y en contra de la otra. «Yo soy rojo» proclamó Zapatero poco después del triunfo electoral que siguió a los acosos a las sedes del PP. Fue aquello una operación de aislamiento e intimidación del poder gobernante de manual de la subversión. Con la utilización de la Cadena SER como catalizador y centro de mando de las operaciones. La rápida organización de todas estas acciones en los días tras el atentado de los trenes fue una acción muy conseguida como un golpe que imponía unas elecciones absolutamente condicionadas a una población traumatizada y una presión colosal al voto contra el gobierno al que falsamente se acusaba de desinformar cuando el desinformado había sido el gobierno.

Tras las mentiras del 11M comenzó la radical escalada en la falsificación de la historia y la proclamación de la voluntad explícita y obsesiva de revancha para que los vencidos en la guerra civil se encumbraran como vencedores 65 años después. Si nunca se puede establecer una fecha para el arranque de toda una nueva realidad, lo cierto es que el 11 de marzo del 2004 es el momento a partir del cual España tiene un gobierno que obliga a los españoles a dividirse en dos bandos. Y deja claro que quien no esté con la izquierda antifranquista es un heredero del franquismo que ha de ser vencido y no puede contar con los mismos derechos que los antifranquistas. La Ley de Memoria Histórica impone esta lógica. La guerra había vuelto como eje de la vida política nacional 60 años después. Llegó Hugo Chávez Frías, primer visita de Estado a Zapatero, meses después de la retirada inmediata tras las elecciones de los soldados desplegados en Irak en la alianza con Estados Unidos después de la guerra. Y se fundaba la Alianza de Civilizaciones con el régimen criminal de los ayatolas, el que después acabaría financiando a los cachorros de Zapatero y de Chávez para el cambio de régimen que habría de ser Podemos. Ahí se perfilaban rápidamente dónde estaban las alianzas de la nueva izquierda española.

Hoy Zapatero es la mano derecha del mayor asesino de América que es el sucesor precisamente de Hugo Chavez, Nicolás Maduro. Y Sánchez ya ha creado leyes ideológicas, entre ellas la de Memoria Democrática que son instrumentos de represión para la disidencia política y parta la oposición a sus mentiras y su política de abusos, de fraudes y saqueos. Tanto Zapatero como Sánchez asumen los mismos principios que los comunistas de Podemos, la franquicia del chavismo narcocomunista creada por los socios de Zapatero que eran Caracas y Teherán. En España hay un gobierno que desprecia todas las formas y reglas de las democracias y atenta permanentemente contra los defensores de la Constitución y de la propia Nación, sean instituciones o fuerzas políticas. El sometimiento de los medios de comunicación pero también de las instituciones a la voluntad y arbitrariedad del jefe de gobierno ya es comparable al existente en narcoestados iberoamericanos.

Otra vez el 11M. Otra vez los recuerdos de la mañana, la voz en la radio, una explosión y otra y otra. ¿Y qué pasa? ¿Y qué es? ¿Y quiénes son? ¿Quiénes fueron? Hoy, 19 años después y digan lo que digan los de siempre, sabemos quién no ha sido. No han sido responsables últimos y autores reales todos los pobres diablos elegidos. ¿Cuáles fueron los servicios secretos de qué países los que llevaron a cabo la operación? Conozco diversas teorías. No pretendo saber quién fue. Sí sé que cumplieron su objetivo. Con toda la inmensa trama que implicaba a cloacas españolas en este complejo juego de confusiones y acciones superpuestas y derivadas que sirvieron para cientos de galimatías que entretuvieron mucho a la prensa y desviaron mil veces la atención para que después se pudiera celebrar sin miedo a que se supiera la verdad, un juicio que solo tenía por objeto tranquilizar a la población por la via del engaño.

Lo cierto es que el cambio de régimen para el sometimiento general de España a intereses ajenos a su población se vino preparando desde que Zapatero ganó las primarias en el PSOE, más de tres años antes de las bombas. Las negociaciones secretas y los acuerdos con ETA y ERC estaban ya maduras cuando las bombas y sus muertos elevan al poder a Zapatero. Éste forja ya sus alianzas precisamente con quienes son hoy la mayoría que con Sánchez han llevado a cabo el mayor desmantelamiento institucional y de seguridad que se ha producido jamás en ningún país occidental en tiempos de paz. Su alianza con los golpistas y los terroristas y su hostigamiento cada vez más obsceno a la Corona de Felipe VII son dos de las claves de este proceso de ruptura y cambio de régimen en el que un Sánchez con características psicológicas inmensamente preocupantes y peligrosas no escatima violencia verbal y gestual, amenazas y voluntad de atropello.

Sánchez ha destruido relaciones internacionales de décadas, ha retirado fuerzas de seguridad de todos los puntos sensibles, ha dado acceso a secretos de estado a enemigos declarados del mismo y a aliados de los enemigos de occidente, ha llenado España de criminales iberoamericanos aliados suyos en el Foro de São paulo y Grupo de Puebla y ha convertido el abuso de poder en una atribución más de su jefatura de gobierno. Adicto al gasto y dependiente de una fiscalidad brutal y del dinero exterior, individuo que no cree realmente más que en sus intereses inmediatos y carece de escrúpulos y toda referencia moral, miente siempre. Todos estas características explican que haya dado todos los pasos requeridos para el rápido empobrecimiento de toda la población española cuando no un colapso económico.

Sánchez es, como Zapatero el palanganero del asesino Maduro, y como todo el putrefacto elenco de mediocridad, odio y corrupción que dirige hoy el régimen desde el gobierno, los medios y las instituciones cautivas, un producto directo del 11M. De aquellas bombas, sus muertos y heridos y de aquellas monstruosas mentiras que crearon las condiciones para poner en marcha este proceso criminal hacia el triunfo de los enemigos de España. Combatirlos para derrotarlos y poner fin a esta miserable deriva es el deber patriótico que todo español digno.

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